En 1990 Santiago Delgado
publicó este “compendio épico-mitológico”, como él mismo lo llama en la
contraportada, que dedica a Aurora Gil-Bohórquez, su mujer. El número 1 que acompaña al
título nos remite de una forma inequívoca a la existencia de un posible segundo
tomo, que jamás ha salido a la luz.
Esta primera entrega pública se
inicia con la presentación del protagonista, León de Cartagena, Abad de las
Jaras, que vive recogido en la paz de su celda “al pie del monte
Miral, en la cora de Teudemiro”. El personaje declara ser hijo de Justo de
Bizancio, quien desde la lejana Constantinopla se vino para España. El
novelista decide que su personaje supere el siglo de existencia, con lo que
logra dos efectos de gran vigor: por un lado, la extrema longevidad le ha
permitido atesorar en su memoria miles de anécdotas, vivencias, lecturas y
conocimientos, que lo habilitan para escribir la proyectada crónica; por el
otro, esa anómala perdurabilidad lo aureola de un nimbo mítico, casi vencedor
del tiempo, lo que conviene al tono legendario de estas páginas.
El anciano León ama tanto a su
Cartagena que se dispone a componer la crónica de esta ciudad, manifestando su
deseo de que llegue a ser una especie de Ilíada o Eneida de la misma.
La estructura global de este
magno proyecto está claramente organizada y prevista. El primer tomo (el único
que hasta ahora hemos tenido oportunidad de leer) se compone de una primera
crónica dividida en dos libros (“Libro de Gerión” y “Libro de los Combates”),
una segunda crónica centrada en la eficaz venganza de Heracles (“Libro de
Hércules”) y una tercera crónica centrada en el mundo romano (“El río del dios
de oro”). El segundo tomo, todavía sin entregar a los lectores, se encuentra
formado por la crónica IV (“Libro de Justo de Bizancio” y “Libro de la Destrucción de
Cartagena”), la crónica V (“Libro de Constantinopla y Alejandría” y “Libro de la Gnosis ”) y la crónica VI
(“Libro de la pérdida de España”). Como bien se puede apreciar, un vasto fresco
imaginativo donde se recorren los inicios míticos de Cartagena, uniéndolos a
nombres célebres de la
Mitología y la
Historia.
La obra hace gala de un poderío
verbal e imaginativo tan extremado que produce asombro. Santiago Delgado, con
las armas que le da su larga dedicación a la literatura, compone en esta Crónica de León de Cartagena (1) uno de
los volúmenes más ambiciosos y logrados de su trayectoria, que probablemente
alcance mayor altura cuando nos sea otorgado leer su segundo tomo.
A lo largo
de la historia de la literatura ha habido una enorme cantidad de escritores que
han inventado mundos en los que ambientar sus producciones (por ceñirnos
estrictamente a los dominios del idioma español, podrían recordarse la Comala de Juan Rulfo, la Santa María de Juan Carlos
Onetti, la Vetusta
de Clarín, la Oleza
de Gabriel Miró, la Sinera
de Espriu, el Macondo de Gabriel García Márquez… o las murcianas Hécula de José
Luis Castillo-Puche, Myrtia de Salvador García Jiménez, Feliz Gobernación de
Miguel Espinosa o Diosondo de Salvador García Aguilar). Pero Santiago Delgado
ha elegido, en esta novela, una posición sin duda más complicada y llena de
riesgos: la de construir, desde los datos históricos y con el auxilio de su
cultura y de su imaginación, una hipótesis sobre la fundación histórico-mítica
de la ciudad de Cartagena. Y lo ha hecho manteniendo un difícil equilibrio
entre la fantasía y la mezcla de culturas. Santiago ha llevado a término un
esfuerzo ciclópeo, en el que revisa e inventa las vidas de Asdrúbal, Teodomiro
o Publio Cornelio Escipión; ha hecho que Heracles, Ortro, Arlio o Mastia
ingresen en la realidad; le ha regalado entidad corpórea a figuras míticas como
Gerión; ha resumido algunos fragmentos del Ramayana;
ha fabulado con el origen remotísimo de las chirigotas gaditanas; ha urdido
bromas “atlánticas” que sólo alguien del estilo de Erich von Däniken leería sin
sonreír; ha mezclado técnicas del cuento, de la novela, del teatro e incluso
del poema; ha elegido fórmulas literarias realmente ingeniosas (como cuando
dice en la página 79 que los albañiles, con la argamasa, consiguen “solidarizar
ladrillos”); y ha trabajado con la sintaxis y con el vocabulario, hasta lograr
extraer de cada párrafo, de cada fragmento, de cada adjetivo, toda la música
posible.
Raro será el lector que no
perciba en esta obra el mimo extraordinario con que la cuidó el autor. Por su
lenguaje, por su tema, por su construcción misma, se adivina que Santiago fue
consciente, mientras la estaba escribiendo, de que habría de convertirse en el
futuro en una de sus obras de referencia.
1 comentario:
Menos mal que no he salido corriendo nada más leer el título, porque era de lo que me han entrado ganas, me he quedado a leer tu reseña y he llegado al final diciendo ¡anda, este me lo leería yo!😁
Besitos 💋💋💋
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