Todos
llevamos en el corazón y en la memoria una vida que no tiene por qué coincidir
necesariamente con la vida exterior por la que los demás nos ven fluir. En ella
se mantienen durmiendo, pero sin llegar a desaparecer, imágenes del pasado,
emociones del pasado, dolores del pasado.
Es lo que
le ocurre a la solitaria señora Pauli, que vive en un viejo barrio de Barcelona
sin más compañía que un loro y las esporádicas visitas de su sobrina. Se
interesan por ella, eso sí, su vecina Ruth (una antigua hippie que abandonó el
mundo alocado de la marihuana y la espiritualidad de cartón piedra tras
separarse de Amador, quien aún continúa inmerso en esa vorágine infantiloide) y
su hijo Bruno (un adolescente al que los estudios no se le dan especialmente
bien y que, a pesar de sus enfurruñamientos, visita a la anciana y le hace
pequeños recados).
La señora
Pauli nació en Polonia y fue, durante su lejana juventud, bailarina. Le tocó
vivir el mundo cenagoso del nazismo, del que logró zafarse huyendo a España.
Ahora entretiene sus horas finales lanzando croquetas y galletas por el balcón.
También lanza aviones de papel, en los que subraya o escribe frases hermosas,
llenas de luz, de esperanza, de felicidad. A Bruno, observando tales acciones,
le parece que la pobre mujer está desquiciada, pero cuando descubre el
auténtico motivo de las mismas no puede evitar que un escalofrío le recorra la
espalda de arriba abajo.
Maestro
entre los maestros, Juan Marsé nos entrega en esta obra una reflexión sobre los
dolores secretos, sobre la dignidad última que los seres humanos pueden cobijar
en su alma y sobre la necesidad de mirar (no sólo ver) a quienes nos rodean.
Bellísima.
(Nota
bene: sugiero leer las ocho o diez páginas finales mientras se escucha en bucle
el Canon en re mayor, de Pachelbel)
1 comentario:
Hecho!! Incluido Pachelbel 🎶🎼🎵
Besitos 💋💋💋
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