lunes, 24 de junio de 2019

Diario de Ithaca




He experimentado una sensación diferente con este Diario de Ithaca, de Miguel Ángel Hernández (Newcastle Ediciones), frente a lo que he sentido con otros diarios (Trapiello, Márai, Pániker, Kafka, Sánchez-Ostiz…): la convicción de que el protagonista me estaba invitando a caminar a su lado sin exigirme etiqueta o sin establecer condiciones. No lo veo fraguando literatura, ni dibujando frases para la galería, ni expeliendo introspecciones de manual. No advierto que quiera deslumbrarme o epatarme. Me parece que, mucho más sencillo, el autor se abre un botón de la camisa a la altura del pecho y me dice: “Mira”. Nada más. Nada menos.
Veo en estas páginas al joven que desembarca en un centro universitario de los Estados Unidos, que tiene problemas con el idioma, que trata de encajar en un modelo muy diferente al que constituía su hábitat murciano y que, sin tapujos, nos dice que se emborracha, que se masturba, que se prepara clases en el último momento, que experimenta un estupor casi martinezsoriano mientras conduce por Nueva York con un coche alquilado, que cuenta chistes sobre diarreas en el momento menos oportuno, que dialoga con pensadores a quienes no conocía en persona pero admira en profundidad o que incluso un día se mea encima por no llegar a tiempo al baño, después de una ingesta etílica bastante aparatosa.
Y también me encuentro a María Luisa (Castejón) y Diego (Sánchez Aguilar), las constantes referencias a Leo (Cano), las melancolías murcianas, las escapadas al Yeguas, los elogios tributados a Mieke Bal, la compañía indispensable de Raquel, el disgusto por una crítica negativa en la que Antonio Orejudo le reprochaba cierta ligereza en la utilización de la figura de Walter Benjamin (menudo ojo el del madrileño). Y mucha cerveza. Y el hastío de rellenar papeles burocráticos. Y la tesis de Tatiana Abellán. Y más cerveza. Y la admiración por Enrique Vila-Matas. Y las botellas de vino. Y las conversaciones con Sergio Chejfec. Y la nieve. Y alguna cena vegana, que matiza la pantagruélica celebración del Día de Acción de Gracias.
Nunca he estado en la Universidad de Cornell, ni en la ciudad de Ithaca, pero las anotaciones de Miguel Ángel Hernández me han hecho estar allí, conocer sus calles y oler sus barbacoas. Es la magia de los buenos diarios. En julio me pondré con Aquí y ahora, que para eso me lo ha regalado mi hermano Luis García Mondéjar.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Eres un no parar lector, Profe, y de curiosos a la par que reconfortantes ejemplares.

Besitos 💋💋💋