He
experimentado una sensación diferente con este Diario de Ithaca, de Miguel Ángel Hernández (Newcastle Ediciones),
frente a lo que he sentido con otros diarios (Trapiello, Márai, Pániker, Kafka,
Sánchez-Ostiz…): la convicción de que el protagonista me estaba invitando a
caminar a su lado sin exigirme etiqueta o sin establecer condiciones. No lo veo
fraguando literatura, ni dibujando frases para la galería, ni expeliendo
introspecciones de manual. No advierto que quiera deslumbrarme o epatarme. Me
parece que, mucho más sencillo, el autor se abre un botón de la camisa a la
altura del pecho y me dice: “Mira”. Nada más. Nada menos.
Veo en
estas páginas al joven que desembarca en un centro universitario de los Estados
Unidos, que tiene problemas con el idioma, que trata de encajar en un modelo
muy diferente al que constituía su hábitat murciano y que, sin tapujos, nos
dice que se emborracha, que se masturba, que se prepara clases en el último
momento, que experimenta un estupor casi martinezsoriano mientras conduce por
Nueva York con un coche alquilado, que cuenta chistes sobre diarreas en el
momento menos oportuno, que dialoga con pensadores a quienes no conocía en
persona pero admira en profundidad o que incluso un día se mea encima por no
llegar a tiempo al baño, después de una ingesta etílica bastante aparatosa.
Y también
me encuentro a María Luisa (Castejón) y Diego (Sánchez Aguilar), las constantes
referencias a Leo (Cano), las melancolías murcianas, las escapadas al Yeguas, los
elogios tributados a Mieke Bal, la compañía indispensable de Raquel, el disgusto por una crítica negativa en la que
Antonio Orejudo le reprochaba cierta ligereza en la utilización de la figura de
Walter Benjamin (menudo ojo el del madrileño). Y mucha cerveza. Y el hastío de
rellenar papeles burocráticos. Y la tesis de Tatiana Abellán. Y más cerveza. Y
la admiración por Enrique Vila-Matas. Y las botellas de vino. Y las
conversaciones con Sergio Chejfec. Y la nieve. Y alguna cena vegana, que matiza
la pantagruélica celebración del Día de Acción de Gracias.
Nunca he
estado en la Universidad de Cornell, ni en la ciudad de Ithaca, pero las
anotaciones de Miguel Ángel Hernández me han hecho estar allí, conocer sus
calles y oler sus barbacoas. Es la magia de los buenos diarios. En julio me
pondré con Aquí y ahora, que para eso
me lo ha regalado mi hermano Luis García Mondéjar.
1 comentario:
Eres un no parar lector, Profe, y de curiosos a la par que reconfortantes ejemplares.
Besitos 💋💋💋
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