martes, 25 de junio de 2019

Las horas equivocadas




El libro ha caído en mis manos de manera azarosa, pero el nombre de su autor (Santiago Casero González) quedará en mi blog y en mi memoria de un modo permanente, porque Las horas equivocadas (La Discreta, 2019) es un magnífico volumen de relatos, de los que aparecen pocos al cabo del año. Desde el primero (“La vigilia de los precipitados”, que obtuvo el premio Elena Soriano) hasta el último (“Pudridero de poetas”, galardonado con el premio Max Aub) se desarrolla un tomo intachable, de extraordinaria calidad, muy variado en sus argumentos y absolutamente exquisito en su formulación literaria.
Paseando por sus páginas, el lector encuentra a filólogos que buscan trabajo en un edificio en construcción; a concertistas que provocan igniciones gracias a la intensidad con la que interpretan sus piezas; a escritores primerizos que se encuentran una pistola en su buzón de correos; a maridos que se desasosiegan con el desajuste de los relojes digitales de su casa; a padres que se refugian en un ardid cronológico para soportar la consunción de su hijo hospitalizado; a dos jóvenes que se buscan afanosa y ciegamente por el mundo, como Horacio y La Maga se buscaban por París; a adolescentes tristes que sufren penas de amor y leen a Goethe; o, en fin, a poetas que se arraciman en un tren y que, tras un viaje agotador, se enfrentarán a un destino turbulento e inopinado.
Como profesor de instituto, permítanme que anote aquí una cita del relato “Consuelo”, quizá el mejor de cuantos aquí se alinean. Un padre observa el colegio donde sus hijos permanecen estudiando y reflexiona sobre “el zumbido de la coacción social, gracias a la cual cientos de niños permanecen sentados y encerrados en las aulas, y piensa en los años que sus hijos tienen por delante, en las humillaciones que soportarán o que contemplarán, en el sordo apaciguamiento en que consiste la educación, una gota malaya que cae sobre una roca hasta que la horada, hasta que acaben aceptando que el conocimiento los hace mejores sin saber que no, que se puede poner en pie un majestuoso monumento de erudición y de sabiduría y ser al mismo tiempo un miserable”.
Todo funciona en estos cuentos con la exactitud (formal y argumental) de un reloj atómico, lo que no resulta escasa maravilla; y el libro se hace acreedor del más agradecido de los aplausos. Se lo dedico puesto en pie.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Yo también tengo las horas equivocadas: cuando hay que dormir tengo hambre, cuando hay que trabajar tengo sueño 😅😅😅
Sabes que me encantan los relatos, no puedo dejar pasar este en absoluto.

Besitos 💋💋💋