Muchas
cosas me ha regalado este libro de la joven María Marín, aunque quizá la
principal haya sido recordarme que no sólo las voces “consagradas” saben
comunicar emociones con belleza y tino. Veintiocho años tiene la puñetera y qué
contundencia de voz, qué promesas de obra, qué susurro de ramas en sus versos.
A veces, adopta un asunto de necrofilia irónica o simbólica, donde el humor
macabro adquiere brillos de metáfora; a veces vocifera contra la ruda
pedantería castradora de quienes pretenden convertirse en dictadores del gusto;
a veces, nos regala perlas reflexivas como “Reunión”; a veces, se burla de los
manuales, por considerarlos (comparto su desdén) caduca hojarasca; a veces, nos
hablará de Virginia Woolf, o de ella misma, o de nosotros; a veces, se mirará
al espejo para hablarnos de nosotros.
María
Marín tiene belleza dentro y la deja escapar a borbotones por las rendijas de
sus palabras, de ahí que El desafortunado intento (la obra
lírica que le publica el sello Boria) constituya un catálogo de ventanas: unas
sirven para mirar el exterior y otras el interior. Y sus páginas están llenas
de amor, de tristeza, de paz, de decepciones de lucidez y de ojos recién
inaugurados.
Les dejo
un ejemplo: “¿Habrá algo más triste /que querer que pase / el tiempo?”.
Les dejo
otro ejemplo: “Y es que arrancarse / el corazón / es de las pocas maneras /que
existen / de hacer que deje / de doler. / Aunque sea / por un momento”.
Acudan al
libro y busquen ustedes sus propios ejemplos. Saldrán asombrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario