Antes de significarse en el prestigioso premio
Herralde, hace casi una década, el escritor mexicano Antonio Ortuño
(Guadalajara, 1976) había publicado en la editorial Páginas de Espuma su libro
de relatos El jardín japonés. Se
trata de un grupo de doce historias que presentan unas situaciones magnéticas y
de indudable atractivo, donde se nos habla de artistas de vanguardia, chicas
alocadas que quieren triunfar en el mundo de la moda y el cine, camareros con
ansiedad sexual, perros apaleados, parejas que han de afrontar las fiebres de
sus hijas, prostitutas que defienden la dignidad de sus últimos minutos y otro
montón de personajes igualmente llamativos.
A pesar de que casi todos los cuentos de este
volumen atraen por algún elemento argumental o psicológico, si yo tuviera que
elegir tres o cuatro me quedaría, en primer lugar, con “Si huele a carne es
Babel”, donde vemos cómo el narrador de la historia, casado con la lúbrica
Berta, se ve abocado a un divorcio de onerosas proporciones, hasta que el
amante ocasional de su mujer, Ricky, acuerda con él un trato más bien chocante
que lo liberará del pago de la pensión. Igualmente habría que señalar la
condición exquisita del relato que presta su título al volumen, en el que
Jacobo, una vez que llega a los años de la madurez, mueve todos los hilos que
se encuentran a su disposición para localizar a Fabiana, una angelical
prostituta a la que su padre contrataba para que le hiciera compañía cuando el
chico contaba nueve años. ¿Y cómo podría prescindir de “Los más bellos poemas
del abogado Seltz”? En esa fabulación se nos informa de que, tras intentar la
artística y más bien inmunda violación de su secretaria, sirviéndose de una
píldora que la deja dormida e inerme ante él, el abogado Aureliu Seltz descubre
un turbador secreto que envilece el pasado y el presente de su eficaz (y ahora
descubrimos que desquiciada) colaboradora: violada por su padre, la chica ha
terminado por darle muerte y lo mantiene, insepulto, en casa. Y si el lector
prefiere un relato de ambiente cultural, ahí está “La mano izquierda”,
protagonizado por Lisístrato, quien siempre queda segundo en los certámenes
poéticos, por detrás de Antinoo; y cómo planea su venganza.
Antonio Ortuño (quien ha dicho de sí mismo, con
gran sentido del humor, que “fue, en ese orden, alumno destacado, desertor
escolar, obrero en una empresa de efectos especiales y profesor particular”) ha
llegado a ser un espléndido prosista. Que el sello Páginas de Espuma se fijase
en él antes del éxito mediático del Herralde (donde fue finalista) indica que
la editorial madrileña tiene un excelente ojo para detectar a los buenos
autores.
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