La historia bíblica es conocida: el viejo Abraham
está destinado a convertirse en patriarca (su nombre nos indica que iba a ser
“padre de muchas naciones”) y en el origen del pueblo elegido por Yahvé. Pero
pasan los años y su esposa Sara no da signos de alcanzar gravidez, por lo que
el siervo de Dios se inquieta y espera un signo que erosione sus dudas. Éste se
produce cuando Sara le entrega a su sirvienta Agar para que conciba en ella un hijo
varón que perpetúe su estirpe... Hasta ahí, el Génesis.
Pero de pronto llega la poeta Josefina Soria e
introduciéndose en el corazón de la historia bíblica se formula preguntas. ¿Qué
sintió la enamorada Sara cuando tuvo que decirle a su esposo que yaciera con
otra mujer, obtuviera placer con ella y la dejara embarazada? ¿Cómo se sintió
la esclava egipcia, al ser utilizada como una vulgar vasija? ¿Cuántas y cuáles
fueron las lágrimas de una y otra? El resultado lírico es El alba oscurecida, que se publicó en Cartagena en 1978 y que
estaba dedicado a Carmen Conde. El ejemplar en que he leído sus versos presenta
dos curiosidades: la primera, que las páginas 19 y 20 no están (en su lugar, se
repite la hoja 15-16); y la segunda, que pueden observarse varias correcciones
con bolígrafo (¿de la propia autora?) en los errores tipográficos.
Inmerso en los deliciosos poemas del volumen me
emociona comprobar cómo Sara nos explica que “ha encontrado la pena / el camino
a mi sangre” y que, pese al dolor, “es difícil morirse. / El corazón no sabe y
continúa”. Y la sierva Agar constata que sus horas “son hostiles” y que su amor
deshabitado se desvela “al costado de las noches”.
Unas líneas para degustar con lentitud y en
silencio, porque son alta poesía.
Admirable.
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