Llego hasta la pieza teatral A tumba abierta, de Alfonso Vallejo, y decido abrir sus páginas.
Los editores informan en la página 3 de un detalle importante: la obra mereció
el premio Tirso de Molina en 1978. Luego, comienzo la lectura.
Nos encontramos en un mundo en guerra, donde el
horror y las pulsiones más execrables del ser humano (crueldad, arbitrariedad,
sadismo) se ejecutan con la más perfecta sencillez. Hay víctimas de una atroz
pandemia que muestran pigmentaciones extrañas en la piel y que, tras morir,
siguen hablando. Hay médicos que se aprestan a ejecutar autopsias en medio del
hastío. Hay personas que gritan y poderosos hilos ocultos que mantienen el
estado de guerra para obtener de él beneficios políticos y económicos. Hay
oportunistas huérfanos de sentimientos. Hay cascotes, humo y sensación de estar
en el infierno.
Y al
final, cuando cierro el volumen y me dispongo a reflexionar sobre lo que he
leído, siento que voy a olvidar esta obra en cuestión de horas o días. No me ha
dejado poso ninguno. Que sí, que sus valores simbólicos. Que sí, que su denuncia intrínseca. Pero yo siempre acudo a la parte literaria, y ahí no veo dónde rascar. Ninguna escena memorable. Ninguna frase que haya sentido
el impulso de subrayar o grabar en mi memoria. Ningún perfil que se distinga
por su brillantez o su novedad. El disparo que cierra la obra es similar al
disparo que yo ejecuto mentalmente sobre este título, que ingresará en la
niebla antes de acariciar la cubierta del siguiente libro.
1 comentario:
Leí A tumba abierta hace unos cuantos años y coincido contigo que en que no será una obra que pase a la posteridad como referente para el teatro; le falta algo, la chispa que se enciende entre autor y lector y nos convierte en cómplices.
De todas formas me ha gustado volver a encontrarme con la obra en tu blog.
Un abrazo
Yolanda
Publicar un comentario