lunes, 30 de noviembre de 2015

Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso



Dicen que el amor no tiene edad, pero seguramente lo que no tiene edad es la tristeza que provoca el aislamiento. Eugenio, periodista soltero y jubilado, vive en un pequeño pueblo de Castilla, cuidando de su huerto, atendido por una sirvienta entrada en años, relacionándose con pocas personas de su entorno… Y un día, en la consulta del médico, descubre en una revista de contactos la existencia de Rocío, una sevillana diez años más joven que él, animosa y con ganas de relacionarse con un hombre de sus características. Sin dudarlo, corta la hoja y le escribe.
Comienza entonces una relación epistolar muy hermosa, en la que Eugenio le habla de su salud (le indica que solamente tiene “alifafes, las goteras propias de la edad”), del modo en que vivió su infancia como huérfano, de sus diversos trabajos hasta recalar en el periódico El Correo de Castilla, de sus hermanas Rafaela y Eloína (ya muertas)… Con el paso de las semanas, se permite llamar a Rocío “amor” y comienza a deslizarle confidencias de tono más íntimo (“Creo que ya es hora de decirte que, pese a mis sesenta y cinco años, no he conocido mujer en sentido bíblico”), a la vez que avanza en su deseo de conocerla por fin en persona: la foto que ella le ha mandado lo ha entusiasmado.
A ratos, el protagonista produce una inevitable irritación, por el modo invasivo en que actúa con respecto a Rocío, a la que va asfixiando poco a poco con sus imposiciones, ideas gastronómicas, explicaciones agrícolas o caprichos varios; otras veces, imaginarlo en la soledad de su pueblecito castellano nos impele a sentir lástima por él, hombre cercano a la consunción y que no quiere morir sin haber merodeado el amor de una mujer antes de que lo reclame la Parca.
La penúltima carta del volumen, cuyo desarrollo y sentido no desvelaré, es una de las más hermosas, emocionantes y tristes que pueden leerse.

Miguel Delibes, maestro entre los maestros, consigue dibujar ante los ojos de los lectores dos figuras impresionantemente densas y perfiladas: las de Eugenio y Rocío (las misivas de ella no se reproducen, pero el jubilado, respondiendo a sus frases, nos permite conocerlas en esencia), a quienes no deja acomodarse en el tópico, enriqueciéndolas con mil matices sorprendentes y llenándolas de humor y humanidad. Y lo hace con una de las prosas más elegantes, ricas y musicales que ha conocido el siglo XX español. Gloria por siempre a Miguel Delibes.

No hay comentarios: