Explicaba en una de sus páginas memorables
Francisco Umbral que del genio se aprovechan hasta las migajas. Y en el caso
del chileno Pablo Neruda (como en el caso del también chileno Roberto Bolaño),
este aserto adquiere la condición más exacta, porque no dejan de aparecer en
las mesas de novedades de las librerías volúmenes con sus inéditos, sus cartas
o sus borradores. Lo cual resulta, para sus fieles, una fontana de impagable
felicidad. Ahora es el prestigioso sello Cátedra el que, en edición de Gabriele
Morelli, nos ofrece las Cartas de amor
del premio Nobel de Literatura del año 1971.
El volumen se abre con 33 cartas más anecdóticas
que valiosas (20 enviadas a Laura y 13 dirigidas a Terusa), pero luego comienza
a llenarse de informaciones interesantes con los envíos a Albertina Rosa
Azócar. En esta sección, que se extiende más allá del centenar de misivas, le
dice que recuerda y añora cada porción de ella, desde la frente hasta las uñas
de los pies, y que sufre de nostalgia (“Todo, todo me hace falta hasta la
angustia, como tú nunca, nunca podrás comprenderlo”, p.129); le dedica párrafos
donde poesía y humor van de la mano (“Me gusta la palabra manzana. MANZANA. Si
tengo alguna hija se llamará manzana, sin duda”, p.148); le traslada su
sensación de soledad por vivir en Temuco (“Por qué mi madre me parió entre
estas piedras?”, p.150); y, al final, le va mostrando su decepción gradual por
la manera forzosa, breve y huérfana de pasión con la que ella responde a sus
mensajes. Después aparece un pequeño bloque de 6 cartas, extrañamente
espaciadas, dirigidas a la argentina Delia del Carril (con la que contrajo
matrimonio en 1943 y a la que designa con el gracioso apodo de Hormiguita). Y,
por fin, un total de 47 comunicaciones con Matilde Urrutia, su Patoja, con la
que habla de caracolas, viajes, mares, coches estropeados, amaneceres,
contratos editoriales, flores y medicamentos.
El panorama parece, desde luego, completo, porque
toda la viveza lírica que palpita en los versos del autor de Veinte poemas de amor y una canción
desesperada está latiendo en estas páginas epistolares. Pero una sorpresa
impactante aguarda a los lectores de Pablo Neruda entre las páginas 65 y 72 del
estudio preliminar, donde el profesor Morelli explica la existencia de un amor
desconocido del vate chileno: la jovencísima y escultural Alicia, sobrina de
Matilde Urrutia. Al parecer, la propia Matilde los encontró a ambos metidos en
la cama, lo cual desmonta la posible interpretación platónica de su vínculo. ¿Y
dónde están los “cientos de cartas” (sic) que el sexagenario Neruda le envió a
esta muchacha? Misterio. Alicia ha procurado siempre refugiarse “en un
obstinado silencio: no ha querido que nadie recordara su historia sentimental
con Pablo ni que leyera sus palabras de amor. Escondiéndose en un anonimato
sigiloso, ha querido custodiar solo para sí misma la íntima experiencia que
vivió con el anciano poeta” (p.69). Solamente nos queda la esperanza de que
dentro de un tiempo (ojalá no demasiado) estos papeles eróticos últimos se
encuentren a disposiciones de sus admiradores, si así es la voluntad de su
receptora.
Un tomo, por tanto, para adentrarse en el alma de
Pablo Neruda y para recorrer de su mano la historia de su vida sentimental.
Todo un lujo.
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