jueves, 12 de noviembre de 2015

Luna de lobos



Existen tres tipos de personas al acabar una guerra: quienes mueren, quienes sobreviven y quienes quedan fuera del tiempo. Ángel pertenece sin la menor de las dudas al tercer grupo, el más desgarrado. Durante la guerra civil española de 1936 se ha echado al monte en compañía de otros coterráneos (Ramiro, Gildo, Juan…) y, durante casi una década, se ha mantenido oculto yendo de acá para allá, manteniendo escaramuzas a tiros con los soldados, robando para comer, allanando viviendas, requisando ovejas de pastores atemorizados y, siempre, viendo sufrir a los suyos por las represalias que los oponentes (y pronto vencedores de la guerra) les infligen de forma inmisericorde. Él, que fue antaño maestro de escuela, ahora tiene que buscarse la vida convertido en una alimaña, en un lobo que se esconde en grutas y establos, que camina sobre la nieve, que se protege del frío en hogares asaltados a punta de metralleta y que, en ciertas ocasiones, se camufla bajo una trampilla en el suelo, cubierto de estiércol para que su rastro no sea visible.
Lentamente, sus compañeros irán cayendo bajo las balas enemigas o bajo los fuegos que provocan a su alrededor, y Ángel se irá quedando solo en su lucha, a la que cada vez ve menos sentido. ¿Por qué seguir en esta cruzada en la que todo está en su contra? ¿Por qué permitir que sus seres queridos reciban tantas y tan duras represalias por su culpa (palizas, rapados de pelo, insultos)? Consciente de que los tiempos y el signo de la Historia se le muestran hostiles, Ángel irá sufriendo una merma paulatina de sus ideales y de su vigor, que lo conducirá a adoptar una postura tajante.
Solo y perseguido, “condenado a estar en guardia mientras todos duermen”, el protagonista de la novela terminará escuchando de labios de su hermana las palabras que, aun siendo justas, no hubiera querido oír.
Luna de lobos es una durísima novela sobre quienes lucharon en el monte durante la guerra civil del 36 y que luego debieron sobrevivir de forma montaraz como fugitivos en condiciones infrahumanas. Julio Llamazares consigue con esta narración poner ante nuestros ojos una parte de nuestra historia reciente que aún necesita ser valorada con la justicia debida.
Un consejo: si se acercan ustedes a esta novela lean justo después Sólo guerras perdidas, de Pascual García. Es complicado (para mí, imposible) dictaminar cuál de los dos libros atesora mayor calidad literaria.

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