Existen tres
tipos de personas al acabar una guerra: quienes mueren, quienes sobreviven y
quienes quedan fuera del tiempo. Ángel pertenece sin la menor de las dudas al
tercer grupo, el más desgarrado. Durante la guerra civil española de 1936 se ha
echado al monte en compañía de otros coterráneos (Ramiro, Gildo, Juan…) y,
durante casi una década, se ha mantenido oculto yendo de acá para allá,
manteniendo escaramuzas a tiros con los soldados, robando para comer, allanando
viviendas, requisando ovejas de pastores atemorizados y, siempre, viendo sufrir
a los suyos por las represalias que los oponentes (y pronto vencedores de la
guerra) les infligen de forma inmisericorde. Él, que fue antaño maestro de
escuela, ahora tiene que buscarse la vida convertido en una alimaña, en un lobo
que se esconde en grutas y establos, que camina sobre la nieve, que se protege
del frío en hogares asaltados a punta de metralleta y que, en ciertas
ocasiones, se camufla bajo una trampilla en el suelo, cubierto de estiércol
para que su rastro no sea visible.
Lentamente,
sus compañeros irán cayendo bajo las balas enemigas o bajo los fuegos que
provocan a su alrededor, y Ángel se irá quedando solo en su lucha, a la que
cada vez ve menos sentido. ¿Por qué seguir en esta cruzada en la que todo está
en su contra? ¿Por qué permitir que sus seres queridos reciban tantas y tan
duras represalias por su culpa (palizas, rapados de pelo, insultos)? Consciente
de que los tiempos y el signo de la
Historia se le muestran hostiles, Ángel irá sufriendo una
merma paulatina de sus ideales y de su vigor, que lo conducirá a adoptar una
postura tajante.
Solo y
perseguido, “condenado a estar en
guardia mientras todos duermen”, el protagonista de la novela terminará
escuchando de labios de su hermana las palabras que, aun siendo justas, no
hubiera querido oír.
Luna de
lobos es una durísima novela sobre
quienes lucharon en el monte durante la guerra civil del 36 y que luego
debieron sobrevivir de forma montaraz como fugitivos en condiciones
infrahumanas. Julio Llamazares consigue con esta narración poner ante nuestros
ojos una parte de nuestra historia reciente que aún necesita ser valorada con
la justicia debida.
Un consejo: si se acercan ustedes a esta novela lean justo después Sólo guerras perdidas, de Pascual García. Es complicado (para mí, imposible) dictaminar cuál de los dos libros atesora mayor calidad literaria.
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