lunes, 29 de junio de 2015

Dietario mágico



Nunca ha sido secreta mi devoción por la prosa de Manuel Moyano. A través de distintos medios (radio, prensa escrita, Internet, presentaciones de sus libros, charlas) he contado a quien me leía o escuchaba que sus libros me parecen magníficos ejemplos de elegancia, brillantez y literatura en estado puro: desde la aparición de El amigo de Kafka (2001) hasta la recentísima reedición de Dietario mágico (2015), que la editorial La Fea Burguesía ha decidido rescatar de su primera versión, adornándola con una hermosa imagen de cubierta de Max Beckmann y colocándole como cierre un curioso “Epílogo caribeño”.
En estas páginas, el autor cordobés nos ofrece el retrato de un buen puñado de curanderos, zahoríes, sanadores, visionarios y personajes curiosos de la región de Murcia, a quienes se acerca con una mirada literariamente sonriente, sonrientemente ambigua, ambiguamente burlona, burlonamente respetuosa, para mostrarnos sus rarezas, sus peculiaridades y sus pregonados (y a veces autopregonados) poderes. Nos hablará de un Paco el Liriles a quien encuentra “medio recostado en el sillón, como un buda castizo de botijo y pandereta” (p.31) y que “lo mismo cura a hombres que a mulas o borregas” (p.35); nos pondrá ante los ojos a Alfonso Pérez Chuecos, “hombre menudo, enjuto, de rasgos afilados, que tiene pose chulesca de torero y vive una feliz jubilación precoz gracias a sus poderes metapsíquicos” (p.41); comentará que Julián Escribano Manjavacas, en su consulta, “reparte papeletas, como en las charcuterías, para fijar un necesario orden” (p.49) y que en la pared se ve colgado un cuadro “en el que Manjavacas y la Inmaculada Concepción posan juntos” (p.52); que Viriato, un curandero que ejerce entre Calasparra y Cehegín, afirma contundente que se pueden curar por teléfono la ciática, la lumbalgia, el dolor de cabeza y la infección de orina (lo cual permite a Manuel Moyano apostillar con ironía: “El eximio Graham Bell, con su proverbial falta de miras, nunca hubiera sospechado tamañas y tan portentosas aplicaciones para su invento”, p.68); que una mujer a quien enmascara con el rótulo de “Madame P”, visitada por unos invisibles y enigmáticos Hermanos de Luz, se niega a exponer su caso en televisión: “Si ellos quisieran salir por la tele ya me lo habrían dicho”, asevera impertérrita en la página 76; que Ginés Mayor Fernández, que fue perdiendo la vista de forma paulatina y que actualmente vende cupones de la ONCE “recuerda bastante a Dan Defensor, el superhéroe ciego de la Marvel, que poseía una especie de radar como el de los murciélagos” (p.104)...

No quiero seguir aportando más anécdotas, ni citando más curiosidades de este excepcional volumen. Tienen ustedes que leer el libro, porque les aseguro que disfrutarán con él de una forma intensa, visceral, casi salvaje. Encontrarán una asombrosa cantidad de tipos estrafalarios, de situaciones jocosas, de asuntos para los que no siempre se encuentra una explicación racional... Y, sobre todo, verán burbujear ante sus ojos la prosa de uno de los mejores escritores vivos que hay en España. Me agradecerán el consejo, estoy seguro.

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