El poeta no es un fingidor. El portugués Fernando
Pessoa dijo lo contrario, es verdad, pero creo que sus palabras no significan
lo que muchos han creído leer en ellas. Un poeta es un desgarro, y un desgarro
no suele mentir. A través de una herida vemos la sangre, la carne dilacerada,
el pálpito de nervios y músculos, pero no la falsía. El maquillaje, todo
maquillaje, es superficial, exógeno, falso. Una herida es profunda, endógena,
auténtica. Y quien de verdad se merece el nombre de poeta es porque acumula vocaciones
de herida y porque le pone voz y palabras a la sangre que fluye.
Pascual García lo es. Poeta auténtico. Poeta
visceral (en el sentido más amplio y prometeico de la palabra). Poeta de sí
mismo. Filatélico de sus horas pasadas. Pascual García es el hombre que se
sienta y, en silencio, junto al fuego de la madurez, recupera las imágenes de
su infancia y les otorga verdad verbal, consistencia de colores, fulguración de
versos. En Alimentos de la tierra,
que le publicó la editorial madrileña Huerga & Fierro con la ayuda
económica de la Junta Municipal
de Zarandona, ese camino de recuperación (iniciado con Fábula del tiempo y jamás abandonado en sus libros posteriores)
adquiere unas dimensiones míticas. Se trata de un volumen generoso en extensión
(casi 1800 versos), donde el autor se refiere al pasado como fuerza nutricia,
que lo configuró: las “manos grandes de madera y roca” de su padre; el fervor
con el que su madre lo bañaba, o el amor con el que le compró su primer libro;
los hombres broncos, egregios y laboriosos de su niñez en Moratalla; la
tristeza de la emigración, con su languidez silenciosa y sus maletas de madera;
el agotamiento que las labores agrícolas deparaban a sus usuarios; el don del
pan y las verduras sobre la mesa... Pero también en este volumen se rinden los
preceptivos homenajes a quienes componen el hoy del poeta (como su mujer, la
pintora Francisca Fe Montoya, autora de la portada del libro) y a quienes
tejerán su mañana (su hijo Pascual, del que se habla en el poema “Lleva mis ojos”,
o su hija Elisa Fe, a la que dedica “Como la tierra” o “Las manos de mi hija”).
Y si nos fijamos en los aspectos puramente formales
seguiremos descubriendo al Pascual García de siempre, al que ya conocemos por
sus poemarios anteriores: inmejorable músico del verso, adjetivador delicioso
(habla de “la sombra audaz de los olivos”, de “la mañana lujosa de septiembre”
o de la “luz sólida” que se derrama en ocasiones sobre las cosas) y dueño de
una capacidad infrecuente para encabalgar los versos y lograr sonoridades que
mejoran el mensaje y lo embellecen. No es nada extraño que con este libro
Pascual García resultase ser uno de los finalistas en el prestigioso premio
Loewe.
1 comentario:
Muy bueno el análisis de la obra de Pascual y muy contento por la descripción que haces de nuestro común amigo. Se merece lo mejor por ser un gran ilustrado y por su consabida humildad.
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