lunes, 10 de noviembre de 2025

A la orilla de un pozo

 


Con aquella mala leche que constituía lo peor de su espíritu, Francisco Umbral definió a Rosa Chacel, en su libro Las palabras de la tribu, diciendo que era “una bruja cruzada de Mary Poppins”. Y en varios lugares de ese libro (y de otros) pregonó que se trataba de una novelista artificial, inventada por Ortega y Gasset. En mi juventud, esas impertinencias extraliterarias del madrileño me produjeron (ahora me avergüenza reconocerlo) algunas sonrisas, pero con la madurez me ha llegado la convicción de que los denuestos, si es necesario exhalarlos, deben estar referidos a una obra; jamás a una persona.

Me acerco hoy a los treinta sonetos rotundos, impecables, de factura clásica y resonancia solemne, que la vallisoletana reunió en el volumen A la orilla de un pozo y que ahora son reeditados por Laura Cristina Palomo Alepuz y el sello Cátedra, en el espléndido tomo Una firme razón para el deseo. En ellos se puede encontrar una dicción majestuosa y brillante, mediante la cual, con tinta marmórea (el soneto tiene mucho de recinto de mármol, pese a que el juguetón Pablo Neruda lo llamase “casa de catorce tablas”), Rosa Chacel dibuja espacios de amistad y elogio, para que queden allí ambarizadas las figuras de algunas personas con las que mantuvo durante años una estrecha relación, literaria y/o humana (Concha de Albornoz, Rafael Alberti, María Teresa León, Luis Cernuda, Concha Méndez, Nikos Kazantzakis, María Zambrano). Y lo hace no solamente con un vocabulario amplio y culto, sino también incorporando rimas de lujuriosa diversidad (“argentina/endrina”, “brillo/cabritillo”, “borrasca/masca”, “escorpiones/lecciones”, “arañas/mañas”) y también imágenes muy bellas, como esa música que, nos dice, se encuentra dentro del pentagrama “en ejemplares líneas prisionera” (soneto 21).

Me encantan también muchos de los versos finales, que se quedan vibrando en la memoria, con sonoridad magnífica. Y en algunos casos con mensajes especiales dirigidos de forma íntima a la persona homenajeada. Véase cómo le dice a Concha de Albornoz que “Piso el fantasma que arde en mis desvelos” (soneto 1), cómo le dice a Rafael Alberti que “¡La vida es gracia y el reír no cuesta!” (soneto 2) o cómo sentencia ante Luis Cernuda, poeta amicísimo: “Pero es tuyo el secreto de la noche” (soneto 12).

Estos versos de Rosa Chacel son, en el mejor y más alto sentido de la expresión, “música clásica”. Y como tal creo que deben ser leídos. Ahora, gracias a esta primorosa edición de Cátedra, podemos hacerlo con toda comodidad.

sábado, 8 de noviembre de 2025

De dama a zorro

 


Resulta inevitable pensar en La metamorfosis, de Franz Kafka, mientras se lee la novela corta De dama a zorro, de David Garnett (a la que he tenido acceso gracias a la traducción de Enrique Murillo). Y no solamente porque nos encontremos con un personaje que se transmuta en un animal (eso también puede ser observado en La odisea, en El asno de oro y en otras fabulaciones), sino porque la carga reflexiva del texto se deposita sobre el modo en que tal cambio físico influye sobre las personas que rodean a la protagonista.

Aquí, de forma súbita, mientras pasea con su esposa Silvia por la campiña, el señor Tebrick se queda perplejo al comprobar que ella se convierte en un zorro. El asombro y la mudez lo paralizan, lógicamente; pero no puede haber lugar a dudas: el brillo que advierte en los ojos del animal y la forma en que se frota con su pierna le dejan claro que, bajo su pelo áspero y su olor acre, sigue estando el espíritu de su mujer. A partir de ese instante, su vida tiene que experimentar una aguda adaptación: mata a sus perros para que no dañen a Silvia (una escena harto cruel), despide a los sirvientes para que no adviertan la mudanza y, arrodillado, reitera ante el zorro sus votos de amor (“Te juro, cariño, que toda mi vida te seré fiel, te respetaré y te veneraré, porque tú eres mi esposa. Y no lo haré porque piense que Dios será compasivo y te devolverá a tu anterior forma, sino simplemente porque te amo”). La situación, tan compleja de sostener desde el punto de vista lógico, es aceptada sin cortapisas por el lector, que se deja llevar por el encanto narrativo de Garnett. Y, siguiendo la ruta trazada por ese encanto, admite también el cómico enfado de Tebrick cuando Silvia devora los alimentos de forma desagradable (“¿No te da vergüenza, Silvia, ser tan atolondrada, comportarte como una palurda sin educación?”) o cuando trata de jugar a las cartas con ella. Pero la situación se irá volviendo cada vez más cenagosa conforme afloren los instintos animales del zorro, que luchará para escapar del control de Tebrick y volver a su ámbito salvaje, como la naturaleza le dicta.

Un curioso relato, que nos invita a admitir el absurdo como una circunstancia plausible y que, a la vez, nos traslada interesantes reflexiones psicológicas sobre el ser humano.

viernes, 7 de noviembre de 2025

Las aventuras de Tom Sawyer


 

Vuelvo a leer, como hice hace cuarenta y cinco años (más o menos) Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Y vuelvo a disfrutar de los berrinches que la da el simpático pilluelo a su tía Polly, de la forma en que se fuga las clases, de sus peleas absurdas, de la forma en que come mermelada a escondidas, de la astucia que despliega cuando le conviene (el episodio de la pintura de la cerca), de la figura intrigante de Joe el Indio, de su encandilamiento por Becky Thatcher o del cambalache que pacta con Huckleberry Finn (cambiándole su diente caído por una garrapata en el cap.VI).

Supongo que en su día disfruté estas páginas por lo que tenían de gamberras e iconoclastas; y, aunque he perdido con el paso de las décadas ese espíritu, todavía he sonreído con sus opiniones irreverentes (“Hubo una vez un coro de iglesia que no era mal educado, pero se me ha olvidado dónde. Ya hace muchísimos años y apenas puedo recordar nada sobre el caso, pero creo que debió de ser en el extranjero”), con sus incorrecciones políticas (“No he conocido a un negro que no mienta”) y con sus hipérboles admirativas (dice que Robin Hood fue “la persona más noble que ha habido nunca. Podía a todos los hombres de Inglaterra con una mano atada atrás; y cogía su arco de tejo y atravesaba una moneda de diez centavos a milla y media de distancia”).

En ocasiones, volver a nuestras viejas novelas de infancia es bonito. Me alegro de haberlo hecho.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Tránsitos

 


Una historia escrita por Jesús Zomeño siempre constituye, en mi opinión, un acontecimiento literario. Así que imagínense lo que ha podido impresionarme el volumen Tránsitos, que reúne cuatro novelas cortas que, según manifiesta el autor en la nota inicial, “forman un viaje a las profundidades de la condición humana” (p.10).

Sobre la primera (Noche oscura del alma, que se rotuló originalmente Tránsito al ser publicada en 2023, también en el sello Contrabando) ya di cuenta en mi blog (https://rubencastillo.blogspot.com/2023/05/transito.html), así que me centraré con más detalle en las siguientes.

La segunda se titula Extraños en un tren, y en ella descubrimos a un policía que, para evitar ser asesinado por sus compañeros, huye en un tren. Allí es abordado por un extraño personaje que dice ser un vampiro reconvertido en tatuador (“Parece lo mismo, vampiro que tatuador, pero no son iguales. Somos lo opuesto, hemos evolucionado. Uno clava los dientes y chupa la sangre, el otro clava la aguja y mete dentro la tinta, inyecta sombras. Si un vampiro pudiera reflejarse en un espejo vería enfrente a un tatuador. Antes fuimos vampiros, ahora somos tatuadores, dibujamos debajo de la piel el sabor de la sangre, cuando se oxida es negra”, p.118). Con su cháchara misteriosa, este tatuador o vampiro comienza a embrujarlo mediante una serie de conversaciones en apariencia inconexas: los abrigos de visón, los tatuajes, Evita Perón, la sífilis, las norias… No les contaré el final, pero sí les advierto de la condición hipnótica e inquietante del relato.

La tercera lleva por título El paraíso perdido y comienza con la muerte de Stoian Georgiev Antov. Dos amigos (Yavor Asenev y Rania Kasarova, comunistas octogenarios que pertenecieron a los servicios secretos búlgaros) son convocados por carta para que sufraguen una deuda que ha dejado pendiente y ambos se suben al tren para dirigirse a Oreshec. Durante el trayecto se desarrolla un largo diálogo (o dos monólogos complementarios) donde afloran todos los recuerdos de una época de espionaje, delaciones, agentes dobles, interrogatorios, control férreo del estado y falsedad. Aquel mundo terrible y oscuro nos va siendo poco a poco desvelado a través de sus voces.

La cuarta lleva como rótulo Mi nombre es Mary Shelley y en ella escuchamos la voz de una tanatoesteticista (“En definitiva, trabajo para darles vida, como Mary Shelley”, p.349) que se dirige hacia Bucarest para conocer personalmente a su novio, tras una larga relación vía Internet. Se trata de un personaje fascinante y verborreico que, opinando sobre mil cosas (los gatos, los niños, el marxismo, los chicles, Hiroshima, los bizcochos de chocolate, los tacones, Cleopatra, la lucha libre, los caramelos de rosas) nos va dibujando, borgianamente, su propio yo, que se encuentra atravesado por diversos traumas y grietas íntimas.

Creador de atmósferas especiales, inconfundibles y musculosas, Jesús Zomeño nos deja a lo largo del volumen un caudal tan impresionante de reflexiones y de frases que no da tregua a quienes acostumbramos a subrayar los libros. Déjenme que les anote algunas: “El mundo sigue siendo el mismo, carece de importancia el nombre de los que pretendían cambiarlo”. “Debes conseguir que los recuerdos no sean una carga. Si destruyes el pasado vaciarás el subconsciente para que no empuje”. “La nueva religión no se predica en el desierto sino en el ciberespacio”. “Soy libre para no ser nadie”. “La misantropía forja el carácter y crea hombres independientes, porque la solidaridad, lo de apoyarse unos en otros, fomenta el miedo y la debilidad”. “Los niños no existen, desde que nacen son cadáveres en busca del lugar que ocuparán en el mundo como adultos”. “La gente suele centrarse en los traumas infantiles, pero yo tengo más imaginación y puedo traumatizar mi vida entera”. “El mundo es redondo porque es inútil ir a ninguna parte”.

Léanla, por lo que más quieran.

martes, 4 de noviembre de 2025

Malos entendidos

 


Descubro, gracias al titánico esfuerzo editor de José María Cumbreño, tan admirable como tenaz, a la joven poeta mexicana Lolbé González. Y lo hago con las páginas de Malos entendidos, el delicado volumen que Liliputienses, con la colaboración del ayuntamiento de Salorino (Cáceres), acaba de poner en las mesas de novedades.

Y como me ocurre cuando termino de bañarme en un buen libro de poesía, me encuentro con la reflexión del millón de euros: ¿qué decir de él? Con una novela es relativamente fácil, porque el lector puede recibir información argumental. Pero, ¿cómo se afronta una reseña sobre versos, sobre estancias líricas, sobre jirones de corazón? Nunca lo he sabido y me temo que nunca lo sabré, pero qué excelente libro, oigan, qué catarata de emociones y de belleza te resbala por dentro y por fuera cuando transitas por sus hojas. Qué esplendor de luces. Qué delirio de lápiz rojo subrayando versos, adjetivos, imágenes. Qué despliegue de signos de exclamación en los márgenes. Qué cabeceos afirmativos mientras vas descubriendo reflexiones llenas de inteligencia y sensibilidad. Me han bastado estas noventa páginas para admirarme con la excelente literatura de esta escritora de Mérida. Y quizá a ustedes les pasaría lo mismo.

Pueden abrir el libro por la página 16 (“La pasión amorosa y la violencia duermen en habitaciones distintas de la misma casa. En esa casa no hay puertas”). Pueden abrir el libro por la página 40, y leer en bucle esa delicia emotiva que ella titula “Comunicado urgente para la niña que fui”. Pueden abrir el libro por la página 42 y asombrarse con el largo quejido (bien justificado, mal que nos pese) de “Señores”. O por la página 54 y leer en voz alta el poema que comienza con estos dos versos: Nunca he parido un hijo / pero he sido un poco madre de todos mis amantes. O por la página 81, donde golpean el mentón versos como este: Me interesa lo que duele atrás del dolor. O, ya que están puestos, por la página que quieran, porque Malos entendidos es una obra que no adolece de altibajos ni de fallas: es deliciosa y admirable de principio a fin.

Ábranlo y lo comprobarán.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Tesa

 


El azar, que siempre es caprichoso, nos depara a los lectores imprudentes algunas decepciones y algunas alegrías. Cuando se combina con la mala suerte, puede que un lector (fue mi caso) abra la novela El nombre de la rosa por la página justa en que se revelaba la identidad del misterioso monje asesino. Puedo asegurar que juré en arameo, aun desconociendo el léxico de dicho idioma. Ahora, quizá como compensación, el azar se ha aliado con la buena suerte y he abierto la novela Tesa, de Pilar Molina Llorente por la página 89, cuando la protagonista acaba de abrir un pequeño armario y encuentra en su interior unas lentes y figuras de cristal y nos habla de “prismas que se apresuraron a reflejar en colores la luz que les llegaba”. Santo Dios. No dice que reflejaron, ni que comenzaron a reflejar, sino que “se apresuraron”. Un detalle así resulta, para mí, suficiente: tenía que leer la obra. Y he quedado muy satisfecho con la experiencia, por su agradable mezcla de realidad y de fantasía, que el jurado del premio Edebé sancionó en 2013, con toda justicia.

Nos habla de una chica adolescente (Teresa, pero prefiere que la llamen Tesa) que, por organización familiar, tiene que trasladarse a la casa donde viven su abuela y su bisabuela. Allí encontrará un hogar antiguo y lujoso, digno de un anticuario, en el que vivió su antepasado el erudito don Baltasar de Garciherreros, y donde comenzará a experimentar sensaciones extrañas, como la de ver sombras que se mueven e incluso ojos que la espían en la oscuridad. ¿Se trata de meras aprensiones suyas? Así prefiere creerlo… hasta que un día logra acorralar a una de esas presencias, que resulta ser una criatura llegada de otra dimensión. Esa criatura le explica de dónde viene y, sobre todo, el peligro que se cierne sobre la casa debido a la existencia de un túnel que conecta este mundo con otros mundos paralelos, en los que no viven solamente criaturas inofensivas.

Una lectura absorbente y casi cinematográfica que resulta muy amena. Creo que puede gustar mucho a los lectores más jóvenes.

sábado, 1 de noviembre de 2025

El diario de la peste

 


Mi retorno hasta la narrativa de Espido Freire me conduce hasta la ciudad de Toledo y hasta el año 1598, en plena epidemia de peste. Dos niños (la joven Elena y su hermanito pequeño Diego) se han quedado en la casa familiar, mientras sus padres han tenido que desplazarse hasta La Puebla de Montalbán, donde parecen haber quedado atrapados. A la tensión de la espera se une el descubrimiento de que los criados planean poner fin a sus vidas, para poder huir de la epidemia ahora que aún tienen tiempo. Y la valerosa Elena decide entonces coger a su hermano y, utilizando un viejo pasadizo secreto que solamente conoce su padre, desplazarse hasta las afueras de la ciudad.

Se inicia de esa forma una aventura de supervivencia en la que unas monjas (que indican a Elena el emplazamiento de una cueva protectora) y, algo después, un pastorcillo temeroso (que le entregará unas mantas y unas provisiones), intentarán ayudar para que todo termine bien.

El relato está muy bien construido y creo que resulta una lectura agradable, sobre todo para los más jóvenes, que se admirarán del modo en que Elena lucha para sobrevivir, utilizando árboles, plantas medicinales, pesca y caza; y utilizando, sobre todo, su voluntad firme de demostrar (y demostrarse) que una mujer puede hacer lo mismo que un hombre. Gran oda a la libertad, la valentía y la superación personal, que ha merecido el premio Anaya de Literatura Infantil de 2025.