jueves, 18 de diciembre de 2025

Lo que no se ve

 


Consignemos, aunque sea levemente, las líneas argumentales de las seis historias que Cristina Fernández Cubas recopila en su reciente volumen Lo que no se ve (Tusquets, 2025): dos hermanas que han invertido sus vidas en la obsesiva imitación de la película ¿Qué fue de Baby Jane? (“Tú Joan, yo Bette”); una mujer que recuerda con bochorno la forma en que malbarató la amistad de una poco agraciada compañera de instituto (“¿De qué se habla en las fiestas?”); cinco estudiantes universitarios, tan engreídos como vulnerables, que decidieron jugar a las invocaciones demoníacas, iniciando de ese modo una larga cadena de desgracias (“Momonio”); una muchacha que ha sufrido durante años la enojosa comparación con su bella y angelical hermana adoptada (“La hermana china”); un hombre que, inmerso en una relación sentimental no muy dichosa, recuerda un amor de juventud (“Il Buco”); y una mujer que, en el arrabal de la senectud, comprende la importancia de realizar un recuento de su vida, un balance (“Candela Viva”). Ahora bien, ¿existe algún nexo que vincule esta media docena de narraciones, algún leitmotiv que las hilvane? Si tuviera que decantarme por uno elegiría el poder que, sobre el presente, ejercen los ayeres infelices; la sentina de lágrimas que lastra nuestro barco; la espalda dolorosa de nuestro pecho optimista. Porque Cristina Fernández Cubas, además de una prodigiosa escritora, es una admirable analista del espíritu humano, que coloca ante los lectores seis maravillosos cuadros emocionales que, en algún caso, funcionan como espejos, donde podemos ver reflejados nuestros miedos, nuestros errores, nuestros arrepentimientos, nuestros fracasos.

Apostar por un libro de la catalana siempre es una buena idea. Lo digo por si están pensando en regalar (o regalarse) algo por Navidad: van a acertar seguro.

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Una hermosa doncella

 


Marcus Kidder es un anciano de porte distinguido: alto, elegante, rico y famoso. Dispone de una casa señorial, engalanada con obras de arte y maderas nobles. Lo asisten en su vida diaria un chófer y un ama de llaves. Así que cuando se acerca en el parque hasta la joven Katya Spivak, de dieciséis años, que trabaja como niñera lejos de su hogar, toda su labia, su educación y su riqueza parecen envolver a la muchacha en un halo de perplejidad, donde se mezclan la atracción y la repulsa. Por un lado, ella parece consciente de que el señor Kidder es un viejo verde, un asqueroso que pretende seducirla o conseguir sus favores sexuales (a pesar del medio siglo de distancia que los separa); por el otro, no puede evitar sentir una gran fascinación por sus modales, por su exquisitez, por su halo paternal. Ese juego peligroso de aproximaciones y rechazos continuará cuando ella acceda a posar como modelo para el señor Kidder, que es escritor y pintor: entra en su casa e incluso cobra por su trabajo, pero se alejará enfurecida cuando él le muestre unas prendas de lencería con las que pretende que se cubra.

Buena parte de la fascinación lectora que genera Una hermosa doncella, de Joyce Carol Oates, que leo en la traducción de María Luisa Rodríguez Tapia, reside en ese balanceo inquietante de acercamientos y desdenes, donde se mezclan la curiosidad, el coqueteo, el poder, la sumisión y la hipnosis. Pero la autora, que es sumamente hábil, no juega con cartas maniqueas, presentándonos a una joven candorosa y meliflua, que terminará cayendo en las garras del buitre poderoso. Ni mucho menos: Katya fuma cristal de metanfetamina, cuenta con avaricia los billetes que Kidder le entrega pudorosamente doblados, expele unas palabrotas que hacen temblar el Tabernáculo y engaña deliberadamente a cuantas personas necesita para lograr sus propósitos. Pero es que, además, en un momento turbio de venganza (que generará una situación sofocante y violenta en el tramo final de la obra), telefonea a su peligroso exnovio Roy, explicándole que el señor Kidder la ha drogado y posiblemente haya abusado de ella.

Turbulenta, incómoda y lírica, esta novela de Joyce Carol Oates deja mal sabor de boca (argumentalmente) y espléndido sabor de boca (literariamente).

lunes, 15 de diciembre de 2025

El matarife

 


Otto siempre ha sido un chico peculiar. Nació cuando sus padres, tras veinte años de intentos baldíos, ya no lo esperaban; y tuvo la mala fortuna de que su madre muriese en el parto. Durante su infancia fue torpe para los estudios y descubrió su vocación profesional en el momento más insospechado: viendo cómo un matarife mataba un buey utilizando un hacha. Perplejo pero resignado, su padre lo acompaña hasta Berlín, para buscarle colocación.

Acceden así a un mundo sórdido, de sangre, brutalidad y olores agrios, por el que pululan gentes pobres y embrutecidas. Otto, lejos de sentir repulsión, nota que lo que está viendo es lo suyo. Dos años después, muerto su padre, hereda y compra una carnicería, pero le llega la orden de que debe incorporarse al ejército y se le traslada al frente serbio, donde continúa haciendo lo mismo que en la vida civil, pero con una variante: ahora mata personas con la misma frialdad con la que mata reses. Y, con la lógica implacable de la guerra, se le condecora como héroe de la nación.

Permítanme que no les cuente nada más del argumento, aunque les advierto que la parte más inquietante, la más honda y cenagosa del relato comienza justo ahí, gracias al enorme poder fabulador y psicológico de Sándor Márai, quien nos va envolviendo, página a página, en las turbulencias anímicas de su protagonista.

Se lee en una tarde y se graba en la memoria para toda la vida.

sábado, 13 de diciembre de 2025

Calígula

 


Recuerdo perfectamente el deslumbramiento que me produjo, allá por 1985, mi primera lectura de Calígula, la pieza dramática de Albert Camus. Y recuerdo también perfectamente cómo le di vueltas a la razón que motivaba las acciones del desconcertante emperador. ¿Estaba loco? ¿Era un sádico? ¿Acaso un iluminado terrible? ¿Un lúcido tenebroso? Tras la muerte de su joven esposa (y hermana) Drusila, Cayo Julio César Augusto Germánico, más conocido como Calígula, comienza a comportarse de forma extraña: se queda con la mirada perdida, opta por vagabundear sin decir hacia dónde se encamina y, sobre todo, inicia una desenfrenada carrera hacia el absurdo. Ha bastado que uno de sus hombres le recuerde la importancia del Tesoro Público para que él, con los ojos en blanco, decida arbitrar una medida delirante y que genera inmediato escándalo: que todas las personas adineradas del imperio deshereden a sus hijos y estipulen que sus bienes pasen al Estado. Luego, será cuestión de irlos matando de forma aleatoria (“No es más inmoral robar directamente a los ciudadanos que gravar con impuestos indirectos los artículos de primera necesidad. Gobernar y robar son una misma cosa, eso es del dominio público. Pero cada cual lo hace a su manera”). Desde ese instante, utiliza el poder absoluto de forma atrabiliaria: son muchos los emperadores que han tenido poder ilimitado, pero él decide ser el primero que lo utilice para que lo irracional y el caos imperen.

A partir de ese instante, ordenará muertes (o las cometerá él mismo), urgirá a sus hombres de confianza para que le consigan la luna (literalmente), se disfrazará de bailarina y esperará el aplauso amedrentado de sus senadores o arbitrará unos perdones tan aleatorios como sus castigos. El Reino de la Locura parece su única meta, pero lo que sorprende es que cuando se queda a solas parezca regresar a la más cristalina lucidez. “¿Quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, en el que nadie es inocente?”, pregona. Como es lógico, un cónclave de espadas enfurecidas tendrá que cercenar la amenaza delirante de su respiración.

Texto poliédrico e inquietante, creo que volveré a revisarlo dentro de unos años. Siempre le encuentro matices y ángulos que no había contemplado en la lectura anterior.

viernes, 12 de diciembre de 2025

Ars moriendi


 

Una hora le dedico (el tomo es breve) a la obra poética Ars moriendi, de Manuel Machado, que se me brinda en la edición anotada por Pablo del Barco para el sello Cátedra. Y vuelvo a encontrarme con el vate ligero, juguetón y superficial que ya conocía por volúmenes anteriores: “Ligero”, porque sus composiciones vuelan y se posan en los ojos como pequeñas plumas; “juguetón”, porque a pesar de la seriedad de los temas tratados me parece evidente que el sevillano se divierte con la elección de las rimas y los ritmos; y “superficial” porque sospecho que Manuel no cobijaba la voluntad de mostrarse solemne o grave. Y es que incluso cuando se disfraza de hiperbólico o apocalíptico no puede evitar que el zigzagueo de los versos lo traicione (“El cuerpo joven, pero el alma helada, / sé que voy a morir, porque no amo / ya nada”). La música, no se me negará, delata su espíritu festivo. La manzanilla no es absenta.

Hermosos me han resultado los poemas “Morir, dormir…”, el primer soneto de la serie Rosas de Otoño y los tercetos que rematan la composición “Ocaso” (“Para mi pobre cuerpo dolorido, / para mi triste alma lacerada, / para mi yerto corazón herido, / para mi amarga vida fatigada… / ¡el mar amado, el mar apetecido, / el mar, el mar y no pensar en nada!”). Un delicado manojo de versos para terminar el año con una poesía, quizá, demasiado olvidada.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Tomas falsas (V.O.)

 


En el año 2009, el escritor Joaquín Piqueras obtuvo el accésit del premio de poesía Ciudad de Palma de Mallorca y, unos meses más tarde, apareció publicada la obra con el título de Tomas falsas (V.O.). Imagino que debí de leerla allá por la Navidad de 2010, así que me parece un buen momento para repasar sus páginas y volver a encontrarme con sus versos.

El resultado, huelga decirlo, es memorable. Utilizando títulos de películas como rótulos para sus composiciones, Joaquín nos traslada un muestrario de textos que impresionan y anonadan: un exabrupto doméstico que el tiempo colorea de amarga remembranza (“El regador regado”); el resumen de una infancia gris, que puede contemplarse como imagen de muchas otras (“El chico”); la angustia fronteriza que nos asalta cuando llegamos a la línea final que nos separa de la muerte (“Solo ante el peligro”); la gratitud y la autonomía, luchando dentro del corazón (“El hombre que mató a Liberty Balance”); variaciones sobre Teresa de Cepeda (“El hombre elefante”); o complementos actualizados para el “beato sillón” guilleniano (“Con los ojos cerrados”) o la famosa improvisación de Rutger Hauer (“Llueve sobre mi corazón”). Y cómo decir lo maravilloso que es el poema “Cinema Paradiso” o la tensa intensidad del majestuoso “Vivir rodando”.

Una obra sin duda imperecedera, que he releído con auténtico placer.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Solo mientras tanto


 

Me acerco hasta las páginas poéticas que Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia escribió con veintiocho años, con veintinueve años, y que reunió en el pequeño volumen Solo mientras tanto. Atreverse a decir que aquí ya está la voz dura y sólida del uruguayo Mario Benedetti sería mentir: falta el poso de la madurez. Pero sí que adivinamos, aquí y allá, adjetivaciones poderosas, ráfagas de luz que lo insinúan, aciertos de sencillez inimitable (“Ahora en cambio estoy un poco solo, / de veras un poco solo y solo”), pareados que detienen la saliva en la garganta (“Ahora no es, no puede ser la muerte. / Abro los ojos para convencerme”), líneas que te dejan pensando (“Estoy solo con mi infancia de alertas”).

Creo que voy a seguir la exploración por los libros de Mario Benedetti en orden cronológico. Intuyo que va a gustarme la experiencia.