Son
curiosos los tirabuzones y juegos de espejos que, en ocasiones, nos pone ante
las pupilas el mundo de la literatura. Hoy, precisamente, acabo de disfrutar de
una de ellas. Expliquémosla. A finales del siglo XV, Fernando de Rojas publicó
su obra La Celestina (aunque por aquel entonces llevase otro título, más
largo y rimbombante) y, en ella, nos hablaba de los amores que, explotando
entre Calisto y Melibea, los condujo a ambos a la muerte. A principios del
siglo XX, el alicantino Azorín, lector entusiasta, tomó aquel cañamazo
portentoso y decidió bordar sobre él una exquisita meditación sobre el paso del
tiempo y sobre las revelaciones que su fluencia nos puede deparar. Lo tituló
“Las nubes” y planteaba la melancólica situación de un Calisto que, envejecido,
contempla cómo un mancebo salta la tapia de su hogar y se dirige hacia su hija
Alisa… Exactamente como él se dirigió, realizando el mismo ejercicio
gimnástico, hacia el lugar donde reposaba su actual esposa Melibea. Pasa el
tiempo y todo se repite. Como las nubes, que avanzan por el firmamento y
vuelven de continuo.
Y
llegamos al final del siglo XX y descubrimos cómo el profesor y dramaturgo
Francisco Torres Monreal vuelve al mismo episodio y le imprime otra vuelta de
tuerca (como habría dicho el gran Henry James). En esta nueva estructura de
matrioshkas, la joven Alisa comienza su relación erótica con el mancebo (que
carece de nombre y que la corteja utilizando los versos del “Cantar de los
cantares” bíblico); y sobre este plano encontramos a Calisto y Melibea, que
reflexionan sobre el paso del tiempo y sobre los meandros del amor); y sobre
este plano encontramos a Azorín, que sentado a la mesa de su despacho tiene
entre sus manos la obra de Rojas; y sobre este plano está Francisco Torres
Monreal, que realiza la crónica dramática de este juego de cajas chinas; y sobre
este plano, por fin, estamos nosotros, que leemos la obra y apreciamos sus
pliegues, sus zonas de luz y sombra, sus reflexiones, sus propuestas
psicológicas.
Realmente, una obra llena de interés.
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