viernes, 12 de abril de 2024

La elegida de los dioses

 


Considerando la historia de la literatura (no solamente juvenil), se podría elaborar toda una teoría sobre las puertas. Es decir, sobre los accesos que llevan del mundo real, anodino y gris, al mundo luminoso y sorprendente de la fantasía. Una de esas puertas es la que cruza Venus, una muchacha que vive cerca de Mojácar y a la “que su nombre le hacía justicia: morena, de pelo largo y rizado, su rostro emitía una calidez y una confianza no habitual en una chica de dieciséis años” (p.11). Un día, se mete a leer en su escondite predilecto (un refugio junto al mar) y la invade un sueño que la lleva hasta Karman, un territorio mítico en el que contará con la protección de Yelian y Gharin, dos guerreros de fabuloso poder. Y aunque la chica se empeña en que la vean como una simple adolescente (“Soy una joven normal”, p.26), los soldados tienen claro que ella es una elegida de los dioses.

Con ese punto de arranque, se inicia un viaje lleno de aventuras, personajes muy curiosos (la reina Yhulia, la elfa Elënwen, el dios Ethandor, el hechicero Hilkezor) y sorpresas, que amenizan la lectura y no la dejan desfallecer en ningún momento.

Pedro Camacho Camacho, al contrario de lo que ocurre con la mayor parte de los constructores de mundos imaginarios, no se deja llevar por el desenfreno narrativo. Al revés: teje con astucia y no deja que ningún hilo novelesco se descuelgue de la trama general. Es un gran logro, sin duda, porque le permite mantener las riendas de la obra, de forma invisible pero enérgica. Los lectores no lo percibirán (y eso es lo maravilloso), pero es signo de que nos encontramos ante un buen timonel narrativo. La trama, gracias a su pericia, incorpora además una circularidad excelente, que impregna de mayor eficacia a la ensoñación de Venus: en la página 118 suena (para ella y para los lectores) el despertador que encierra el mundo de Karman en una burbuja perfecta, de la que no queremos despedirnos del todo. En ese cosmos cumplen una extraordinaria labor las ilustraciones de Francisco José Palacios Bejarano, que juegan con la noción de infinito (p.41), o se decantan por una lírica visual de gran belleza (p.61), o hacen de la sugerencia un arte (p.69), o, en fin, remiten a una estética manga, de impactante plasticidad (p.113).

Un libro estupendo para aquellos lectores que busquen bañarse entre las olas de la fantasía.

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