Considerando
la historia de la literatura (no solamente juvenil), se podría elaborar toda
una teoría sobre las puertas. Es decir, sobre los accesos que llevan del mundo
real, anodino y gris, al mundo luminoso y sorprendente de la fantasía. Una de
esas puertas es la que cruza Venus, una muchacha que vive cerca de Mojácar y a
la “que su nombre le hacía justicia: morena, de pelo largo y rizado, su rostro
emitía una calidez y una confianza no habitual en una chica de dieciséis años”
(p.11). Un día, se mete a leer en su escondite predilecto (un refugio junto al
mar) y la invade un sueño que la lleva hasta Karman, un territorio mítico en el
que contará con la protección de Yelian y Gharin, dos guerreros de fabuloso
poder. Y aunque la chica se empeña en que la vean como una simple adolescente
(“Soy una joven normal”, p.26), los soldados tienen claro que ella es una
elegida de los dioses.
Con
ese punto de arranque, se inicia un viaje lleno de aventuras, personajes muy
curiosos (la reina Yhulia, la elfa Elënwen, el dios Ethandor, el hechicero
Hilkezor) y sorpresas, que amenizan la lectura y no la dejan desfallecer en
ningún momento.
Pedro
Camacho Camacho, al contrario de lo que ocurre con la mayor parte de los
constructores de mundos imaginarios, no se deja llevar por el desenfreno
narrativo. Al revés: teje con astucia y no deja que ningún hilo novelesco se
descuelgue de la trama general. Es un gran logro, sin duda, porque le permite
mantener las riendas de la obra, de forma invisible pero enérgica. Los lectores
no lo percibirán (y eso es lo maravilloso), pero es signo de que nos
encontramos ante un buen timonel narrativo. La trama, gracias a su pericia,
incorpora además una circularidad excelente, que impregna de mayor eficacia a
la ensoñación de Venus: en la página 118 suena (para ella y para los lectores)
el despertador que encierra el mundo de Karman en una burbuja perfecta, de la
que no queremos despedirnos del todo. En ese cosmos cumplen una extraordinaria
labor las ilustraciones de Francisco José Palacios Bejarano, que juegan con la
noción de infinito (p.41), o se decantan por una lírica visual de gran belleza
(p.61), o hacen de la sugerencia un arte (p.69), o, en fin, remiten a una
estética manga, de impactante plasticidad (p.113).
Un libro estupendo para aquellos lectores que busquen bañarse entre las olas de la fantasía.
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