Yo
no sé si Ella, maldita alma es una colección de relatos, un grupo
bellísimo de diapositivas o una novela nebulosa, porque desde hace bastante
tiempo procuro no poner etiquetas genéricas a los libros que leo. Sí tengo
claro que se trata de un volumen conmovedor, que contiene retratos impagables
sobre el mundo gallego; y, sobre todo, una prosa excepcional, que te aroma y
embruja desde que abres el tomo hasta que llegas a su última página. Es el
maravilloso poder de un escritor increíble, llamado Manuel Rivas. Él nos enseña
a Gandón y Chemín, dos amigos desde infancia (separados después por razones de
odios familiares), que terminan muriendo el mismo día, con levísima diferencia;
y a Liberto, un muñeco de ventrílocuo que permanece dormido en una caja durante
muchos años, hasta que lo redescubren unos niños; y a Fermín, un sacerdote que
no tiene ojos más que para Ana, en la localidad de Vetusta (¿les suena el
asunto?); y al alcohólico Antonio Ventura, quien recuerda a su padre (muerto en
Terranova) y lo asocia con la figura de Spencer Tracy en la película Capitanes
intrépidos; y a la mendiga desquiciada que fue puta (eso dicen las malas
lenguas) en su juventud y que ahora colecciona muñecas maltrechas; y al niño pobre
que se come un pan obtenido con la cartilla y se lo come entero sin compartir
con su familia, recibiendo después la comprensión tierna de su madre; y al loro
que mantiene la vida y la esperanza de un emigrante.
Todas
esas piedrecitas de colores (tristes unos, gozosos los otros) pueden ser teselas
de un mosaico o tal vez cristales de una vidriera, pero también figuras
geométricas de un caleidoscopio, porque un leve desenfoque o cambio de
perspectiva nos entrega un resultado diferente.
Es un placer acercarse a los libros de Rivas y por eso lo practico con regularidad. Su forma de concebir la literatura me emociona. También aquí lo ha hecho.
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