lunes, 22 de abril de 2024

Clásicos para la vida



De vez en cuando, mi navegación por el mundo de los libros (que es infinita y que me depara infinitas alegrías) me conduce hasta una isla especial, hasta un territorio donde la vegetación resulta diferente y donde la luz parece incidir de un modo distinto, extrayendo de los paisajes y de las palabras un brillo único. En esos momentos, cuando cierro la última página y me vuelvo a subir al barco para buscar otra isla, sé que parte de mí se queda adherida a las líneas que acabo de recorrer, y que mi memoria me volverá a llevar a ellas varias veces, en los años posteriores. Estoy hablando (aún no lo había dicho) del volumen Clásicos para la vida (Una pequeña biblioteca ideal), de Nuccio Ordine, que traduce Jordi Bayod y publica el sello Acantilado. Me lo regaló hace poco mi gran amigo Pepe Colomer.

Dos partes podríamos distinguir en este tomo. La primera son las treinta páginas de Introducción, en las cuales el ensayista italiano explica bellamente su defensa de las Humanidades, indicando que el arte y el pensamiento constituyen uno de los pilares imprescindibles de toda civilización. Seguir pensando en los grandes libros del ayer, en las grandes pinturas del ayer, en las grandes composiciones musicales del ayer, es el único camino para que el tronco siga sujetándose a la tierra con la ayuda de fuertes y fiables raíces. En esa línea resultan indispensables los docentes buenos, y no tanto los docentes pedagógicos (“Un conocimiento de mera antología no basta; como tampoco basta el estudio de la didáctica, que, en las últimas décadas, ha asumido una centralidad desproporcionada: dicho sea con el permiso de las pedagogías hegemónicas, el conocimiento de la disciplina es lo primero y constituye la condición esencial. Si no se domina esa literatura específica, ningún manual que enseñe a enseñar ayudará a preparar una buena clase”) o aquellos que se abandonan acríticamente en los brazos de la tecnología (“¿Estamos verdaderamente seguros de que la escuela es el lugar donde el estudiante debe potenciar su relación con la tecnología digital? ¿Estamos seguros de que al número ya exagerado de horas dedicadas a los videojuegos, a la televisión, a navegar por internet, a las relaciones virtuales establecidas a través de Facebook, Twitter y WhatsApp, es necesario sumarles también las horas asignadas para seguir una clase en el aula de una escuela o de una universidad?”). Los centros educativos deberían consagrarse a la misión de formar personas, y no de rellenar papeles (“La insensata multiplicación de reuniones e informes (para ilustrar al detalle programaciones, objetivos, proyectos, itinerarios, talleres…) ha acabado por absorber buena parte de las energías de los profesores, transformando la legítima exigencia organizativa en una nociva hipertrofia de controles administrativos”) o de fabricar borregos programados para convertirse en consumidores (“En vez de formar pollos de engorde criados en el más miserable conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber en un constante ejercicio crítico”).

En cuanto a la segunda parte, consiste en una brillante selección de fragmentos de la historia de la literatura (desde Homero hasta nuestros días), comentados con agudeza por Ordine, quien conecta sus temas y preocupaciones con los del mundo de hoy, demostrando que el pensamiento y la cultura siempre resultan necesarios para el vivir auténtico, para la experiencia racional de ser humanos.

Un libro delicioso y que invita a reflexionar. Visítenlo.

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