De
vez en cuando, mi navegación por el mundo de los libros (que es infinita y que
me depara infinitas alegrías) me conduce hasta una isla especial, hasta un
territorio donde la vegetación resulta diferente y donde la luz parece incidir
de un modo distinto, extrayendo de los paisajes y de las palabras un brillo
único. En esos momentos, cuando cierro la última página y me vuelvo a subir al
barco para buscar otra isla, sé que parte de mí se queda adherida a las líneas
que acabo de recorrer, y que mi memoria me volverá a llevar a ellas varias
veces, en los años posteriores. Estoy hablando (aún no lo había dicho) del
volumen Clásicos para la vida (Una pequeña biblioteca ideal), de Nuccio
Ordine, que traduce Jordi Bayod y publica el sello Acantilado. Me lo regaló
hace poco mi gran amigo Pepe Colomer.
Dos
partes podríamos distinguir en este tomo. La primera son las treinta páginas de
Introducción, en las cuales el ensayista italiano explica bellamente su defensa
de las Humanidades, indicando que el arte y el pensamiento constituyen uno de
los pilares imprescindibles de toda civilización. Seguir pensando en los
grandes libros del ayer, en las grandes pinturas del ayer, en las grandes
composiciones musicales del ayer, es el único camino para que el tronco siga
sujetándose a la tierra con la ayuda de fuertes y fiables raíces. En esa línea
resultan indispensables los docentes buenos, y no tanto los docentes
pedagógicos (“Un conocimiento de mera antología no basta; como tampoco basta el
estudio de la didáctica, que, en las últimas décadas, ha asumido una
centralidad desproporcionada: dicho sea con el permiso de las pedagogías
hegemónicas, el conocimiento de la disciplina es lo primero y constituye la
condición esencial. Si no se domina esa literatura específica, ningún manual
que enseñe a enseñar ayudará a preparar una buena clase”) o aquellos que se abandonan
acríticamente en los brazos de la tecnología (“¿Estamos verdaderamente seguros
de que la escuela es el lugar donde el estudiante debe potenciar su relación
con la tecnología digital? ¿Estamos seguros de que al número ya exagerado de
horas dedicadas a los videojuegos, a la televisión, a navegar por internet, a
las relaciones virtuales establecidas a través de Facebook, Twitter y WhatsApp,
es necesario sumarles también las horas asignadas para seguir una clase en el
aula de una escuela o de una universidad?”). Los centros educativos deberían
consagrarse a la misión de formar personas, y no de rellenar papeles (“La
insensata multiplicación de reuniones e informes (para ilustrar al detalle
programaciones, objetivos, proyectos, itinerarios, talleres…) ha acabado por
absorber buena parte de las energías de los profesores, transformando la
legítima exigencia organizativa en una nociva hipertrofia de controles
administrativos”) o de fabricar borregos programados para convertirse en
consumidores (“En vez de formar pollos de engorde criados en el más miserable
conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber en un
constante ejercicio crítico”).
En
cuanto a la segunda parte, consiste en una brillante selección de fragmentos de
la historia de la literatura (desde Homero hasta nuestros días), comentados con
agudeza por Ordine, quien conecta sus temas y preocupaciones con los del mundo
de hoy, demostrando que el pensamiento y la cultura siempre resultan necesarios
para el vivir auténtico, para la experiencia racional de ser humanos.
Un libro delicioso y que invita a reflexionar. Visítenlo.
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