Después
de haber leído una gran parte de la obra de Eloy Sánchez Rosillo, observo con
estupor que de casi ninguno de sus libros he confeccionado hasta ahora reseña en mi
blog. Es difícil explicar el motivo. Quizá se trate de que al terminar quedo
tan extasiado que se me olvida la menudencia de escribir sobre él, estropeando
su belleza con la mediocridad de mis palabras. Quizá se trate de que he hablado
tanto sobre la poesía de Eloy (sobre todo, con mis hermanos José Cantabella y
Pascual García) que cualquier cosa que redacte sobre ella me suena a
repetición, a banalidad, a algo ya expresado con una cerveza entre los dedos. O
quizá se trate de que todos los libros de Eloy me parecen (y lo digo con
elogio) el mismo libro, la misma cadencia, el mismo fluir de agua pura,
serenidad, gratitud y melancolía.
Cuando
llegué a la universidad de Murcia (1985), el nombre de Eloy corría en boca de
los aspirantes a escritor, que comentaban con reverencia su premio Adonáis;
luego, cuando estaba a punto de salir de sus aulas, ya había leído aquellos
versos y sus páginas sobre Leopardi; y había contemplado muchas veces (siempre
desde la distancia) su figura alta y elegante paseando por las calles de la
capital al lado de Pedro García Montalvo. Sabía de sus meditaciones sobre el
paso del tiempo, de sus versos rítmicamente impecables, de su admiración por
los veranos y las muchachas en flor, por los gorriones y los balcones
melancólicos, por las viejas fotografías y los recuerdos de la infancia. Más
tarde, cinco o seis veces leí La vida, para explicarlo en las aulas de
bachillerato; y me detuve en los poemas que hablaban de montañas subidas y
bajadas, de músicas azarosas que traían antiguos rostros, de niños que se bañan
en playas que parecen aisladas del tiempo, de invocaciones dirigidas a sí
mismo. Después de cada poema, unos segundos de silencio (o unos días, tanto
da). Y siempre la sensación de estar leyendo a un coloso de la sensibilidad, a
un clásico vivo.
Cuento
todo esto porque acabo de releer La certeza.
Pascual,
si quieres nos reunimos para volver a comentar la obra. Dile a José que se
venga. Yo voy metiendo cerveza al frigo.
2 comentarios:
El plan que propones a tus 'hermanos' José y Pascual es tentador por demás. A mí Murcia me queda un poco a trasmano pero con cervecita en el frigo y buenos poemas entre las manos ganas dan de saltarse las limitaciones espaciales.
Me anoto para leer (a mí la poesía me gusta mucho) a Sánchez Rosillo pues sé de tu magnífico criterio literario, Rubén.
Un muy fuerte abrazo
Que disfrutéis de vuestro encuentro, de los versos de Rosillo... y de la cerveza!
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