Existen
magias que, al menos en mi caso, no prescriben; antes bien, parece que el
tiempo las acrecentase e iluminara. Me ha vuelto a ocurrir cuando, en medio de
este verano, he decidido volver a las Leyendas de Gustavo Adolfo
Bécquer, que no frecuentaba desde hacía unos quince años. En mi juventud (lo
recuerdo con nitidez) me asombraron estas historias, quizá por ser narraciones
que conviene abordar con no demasiadas arrugas; pero es que ahora, cuando he
vuelto a ellas de forma completa (he releído algunas sueltas de vez en cuando),
siento que es como si las disfrutara por primera vez. Cuando en 2021 estuve
visitando Soria me propuse que no tardaría en hacerlo; y ya he cumplido.
Esa
cinta ensangrentada que brilla al final de “El Monte de las Ánimas”; esos iris
embriagadores (Bécquer los llama pupilas) que turban al noble don
Fernando hasta provocar su perdición en “Los ojos verdes”; ese esplendor
musical divino que flota en las líneas de “Maese Pérez el organista”; esa luz
corpórea que genera la locura del pobre Manrique en “El rayo de luna”; ese
sobrecogedor cántico que emerge de las gargantas de unos espíritus atribulados
en “El Miserere”; esa dulce firmeza de Margarita, que protege al ser amado
incluso cuando ya la más injusta de las muertes se ha cebado en ella en “La
promesa”; ese desconcierto en los ojos y en el corazón del montero Garcés,
cuando abate con su saeta a la pieza que se embosca entre los matorrales en “La
corza blanca”; esa protección de piedra que se despliega en el final de “El
beso”… Todas las propuestas que el sevillano Gustavo Adolfo Domínguez Bastida
reúne en estas páginas están redactadas con una música delicadísima, donde
sintaxis y adjetivos complementan sus energías en un equilibrio majestuoso, que
nos muestran a un escritor más vigoroso y más sólido que el que podíamos
vislumbrar en las Rimas.
Muy feliz de haber revisitado esta obra.
1 comentario:
Son de esos libros que leemos en el cole en época juvenil POR OBLIGACIÓN. Que en esa edad pueden llegar a ser un tostón y que cuando contamos con más experiencia en la lectura (o sea, de mayor), las redescubrimos con verdadero placer. Una gran relectura.
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