De
vez en cuando me gusta volver a los libros que leí hace años o décadas, para
comprobar cómo han cambiado ellos dentro de mí (o cómo he cambiado yo a la hora
de meterme dentro de ellos). Es una experiencia que recomiendo, porque se me
antoja muy reveladora. Este verano repito el experimento con La espada
encendida, un poemario peculiar y edénico de Pablo Neruda que se inspira en
un conocido episodio de la Biblia (la colocación por parte de Dios de un ángel
que, armado con una espada, impide la vuelta de Adán y Eva al Paraíso que
acaban de perder por su desobediencia). En la transfiguración poética del autor
chileno, los protagonistas son Rhodo y Rosía, dos enamorados que sobreviven al
holocausto de la humanidad, y que juntos han de construir la vida y el planeta.
La
lírica densidad de su pasión alcanza momentos felicísimos en el capítulo X,
aunque también en el XXIV y en el XXVII. En realidad, todo el tomo constituye
un apretado haz de amorosos parlamentos y de virginales consideraciones, que
nos hablan de la convulsión del sexo, de la soledad y del deber. Quizá mi
capítulo favorito sea el LXXXVII, con su letanía anafórica, que alcanza cumbres
de una belleza impactante.
Creo que el libro, no siendo uno de los más citados ni recordados de Pablo Neruda, se puede seguir leyendo con aplauso.
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