jueves, 21 de julio de 2022

La colmena

 


A Camilo José Cela se le pueden discutir (yo le he discutido) muchas cosas: su soberbia, su carácter vengativo, su desdén chulesco hacia otros autores, los libros mierderos que publicó (que no fueron pocos), la repetición infinita de fórmulas narrativas más que cansinas (sobre todo en sus últimos años)… Pero resulta más bien insensato discutirle libros como La familia de Pascual Duarte, San Camilo 1936 o La colmena. Esas obras constituyen puntales egregios de la novelística española del siglo XX.

Aprovechando tres mañanas de verano he releído la última (La colmena) y me he sentido profundamente dichoso de haber tomado esa decisión. Magnífica la idea de presentar la realidad madrileña a través de diapositivas aisladas (aunque los nexos entre muchas de ellas se vayan revelando conforme lees). Magnífico el modo en que, con tres o cuatro pinceladas, te deja retratados a don Ibrahim de Ostolaza, a don Leonardo, al gitanillo, a Segundo Segura, a la Filo, a doña Rosa, a la señorita Elvira y a todos los demás integrantes de la locura urbana, siempre cercados por la pobreza, por la censura, por las maledicencias, por el estraperlo, por la mezquindad, por el sexo furtivo y culpabilizado. Magnífico el despliegue de registros idiomáticos (coloquial, literario, lírico, brusco) que Cela utiliza en las diferentes secuencias o en la boca de diferentes personajes (la risible pedantería de don Ibrahim es hilarante). Magnífico el personaje de Martín Marco, resumen de tantos intelectuales de la época, acogotados, errabundos, hambrientos, ilusos, quizá huérfanos de talento. Magnífica la construcción temporal de la obra, que se desarrolla en no muchas horas, pero en infinitos planos simultáneos.

Sé que si dentro de diez años vuelvo a leer la obra disfrutaré de ella como el primer día: es la señal de que nos encontramos ante un clásico del siglo XX. Jamás le negaré esa etiqueta a esta obra.

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