Cuando
llegó a mis manos el libro Zeppelin, con el que José Manuel Martín Peña
obtuvo el premio Manuel Llano en 2006 (editado al año siguiente por
Pre-Textos), lo primero que pensé fue en su brevedad. Era tan delgadito, tan
tenue… Luego leí la pestaña biográfica del autor y me enteré de que, como
Bukowski o Sánchez Bautista, trabaja como funcionario de Correos. Cuando
terminé de leer sus páginas tuve la impresión de que acababa de pasar mis ojos
por encima de una hoja seca, en el suelo del otoño: una hoja bella, melancólica
y frágil.
Había
conocido en dos horas los esfuerzos de su madre por aportar algo de dinero a la
maltrecha economía familiar; había recibido las excelentes, breves, hermosas
semblanzas de sus compañeros de infancia (muchas de ellas tristes, porque el
tiempo golpeó a sus protagonistas con un futuro gris, malherido por las drogas
o las equivocaciones); había acompañado al narrador a coger mariposas; y lo
había acompañado cuando, al volver de la mili, entró de nuevo en el Zeppelin y
se encontró con sus antiguos amigos de la niñez. Y en cada uno de los apuntes
me asaltó la misma belleza melancólica de la prosa.
Delicadísimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario