sábado, 15 de mayo de 2021

Cuando vengan a por ti

 


Podrían invocarse con toda justicia las conexiones de Cuando vengan a por ti con el realismo mágico hispanoamericano (o con lo “real maravilloso”, para decirlo al modo que le gustaba al cubano Alejo Carpentier); podrían también invocarse las conexiones de esta obra con la narrativa gallega de un Álvaro Cunqueiro o incluso un Camilo José Cela. Pero al establecer ese tipo de vínculos estaríamos quizá difuminando lo que de autóctona, original y poderosa tiene la imaginación murciana de Antonio Botías Saus, que es tan notable como sorprendente. Entre lo onírico y lo costumbrista, el narrador va dibujándonos con alto vuelo poético la realidad de una Sangonera donde los mochuelos anuncian muertes, donde las vecinas comadrean como sibilas, donde un autobús invisible se va llenando de cadáveres ante los ojos de Doloricas, donde el cajero Adolfito se afana en la triste confección de un ataúd y donde un alcalde rijoso (al que su madre no consiguió matar con perejil cuando aún lo estaba gestando) incurre en la corrupción más nauseabunda.

En ese territorio tendremos acceso a pinceladas humorístico-religiosas (“Antes de dormir, Encarnación rezaba siete padrenuestros, siete avemarías y un gloria. Cada oración la encomendaba a un santo distinto. Encarnación rezaba como quien juega varios números de un sorteo, a ver si alguno le toca”), a hermosas y exactas descripciones (“La muerte de los viejos huele a ropa guardada en el arca. Es un olor a nostalgia, a historia condensada en dobleces inmemoriales, en prendas de color azabache y botones antiguos”), a detalles antropológicos de gran interés (“Las ánimas regresan a los que fueron sus hogares el día de los difuntos. A las ánimas les encanta echarse una siesta en sus camas. Por eso antes hay que deshollinar a fondo un cuarto, colocar las mejores sábanas en la cama y encender mariposas de luz para que no pierdan el camino de vuelta al Purgatorio”), a unas reflexiones de honda sabiduría (“Las personas suelen mirar mucho sin ver nada, oír demasiado sin escuchar nada, desear tanto para amar tan poco”) e incluso a acertadas greguerías, casi ramonianas (“En Sangonera se abrían las ventanas antes de discutir con los vecinos, para que el viento esparciera los insultos. Algunos días no era necesario encender el televisor para entretenerse. La atmósfera del pueblo parecía una sopa de letras”).

En suma, un libro lleno de sorpresas formales, espléndidos retratos psicológicos y asombro narrativo, que cautivará a muchos lectores.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

¿No es una maravillosa combinación esa, lo onírico y lo cotidiano?
Me encanta 💋💋💋