Podrían invocarse con toda justicia las conexiones de Cuando vengan a por ti con el realismo
mágico hispanoamericano (o con lo “real maravilloso”, para decirlo al modo que
le gustaba al cubano Alejo Carpentier); podrían también invocarse las
conexiones de esta obra con la narrativa gallega de un Álvaro Cunqueiro o
incluso un Camilo José Cela. Pero al establecer ese tipo de vínculos estaríamos
quizá difuminando lo que de autóctona, original y poderosa tiene la imaginación
murciana de Antonio Botías Saus, que es tan notable como sorprendente. Entre lo
onírico y lo costumbrista, el narrador va dibujándonos con alto vuelo poético
la realidad de una Sangonera donde los mochuelos anuncian muertes, donde las
vecinas comadrean como sibilas, donde un autobús invisible se va llenando de cadáveres
ante los ojos de Doloricas, donde el cajero Adolfito se afana en la triste
confección de un ataúd y donde un alcalde rijoso (al que su madre no consiguió
matar con perejil cuando aún lo estaba gestando) incurre en la corrupción más
nauseabunda.
En ese territorio tendremos acceso a pinceladas humorístico-religiosas
(“Antes de dormir, Encarnación rezaba siete padrenuestros, siete avemarías y un
gloria. Cada oración la encomendaba a un santo distinto. Encarnación rezaba
como quien juega varios números de un sorteo, a ver si alguno le toca”), a
hermosas y exactas descripciones (“La muerte de los viejos huele a ropa
guardada en el arca. Es un olor a nostalgia, a historia condensada en dobleces
inmemoriales, en prendas de color azabache y botones antiguos”), a detalles
antropológicos de gran interés (“Las ánimas regresan a los que fueron sus
hogares el día de los difuntos. A las ánimas les encanta echarse una siesta en
sus camas. Por eso antes hay que deshollinar a fondo un cuarto, colocar las
mejores sábanas en la cama y encender mariposas de luz para que no pierdan el
camino de vuelta al Purgatorio”), a unas reflexiones de honda sabiduría (“Las
personas suelen mirar mucho sin ver nada, oír demasiado sin escuchar nada,
desear tanto para amar tan poco”) e incluso a acertadas greguerías, casi
ramonianas (“En Sangonera se abrían las ventanas antes de discutir con los
vecinos, para que el viento esparciera los insultos. Algunos días no era
necesario encender el televisor para entretenerse. La atmósfera del pueblo
parecía una sopa de letras”).
En suma, un libro lleno de sorpresas formales, espléndidos retratos psicológicos y asombro narrativo, que cautivará a muchos lectores.
1 comentario:
¿No es una maravillosa combinación esa, lo onírico y lo cotidiano?
Me encanta 💋💋💋
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