De vez en cuando me gusta encontrarme con libros que,
saliéndose de los cauces más o menos trillados, me ofrecen propuestas
literarias distintas. Y es evidente que Patricia Esteban Erlés ha cumplido esa
misión en su libro de relatos Azul ruso
(Páginas de Espuma), un volumen que llegó a ser finalista en el premio Setenil
del año 2010. La autora de Zaragoza, lejos de plegarse a moldes clásicos,
inventa formatos más creativos, juega, se aventura, se arriesga. No se refugia
en sólidas estrategias sedimentadas por la tradición, sino que dibuja su propio
espacio y lo dota de colores únicos. Frente a Newton (permítaseme la broma), la
mecánica cuántica.
Partiendo de esa posición de pirueta y funambulismo podría
haber edificado una obra “moderna” (esto es, fulgurante y rápidamente vieja,
explosión y ceniza), pero ha conseguido algo más difícil: unas narraciones
sólidas, aplomadas, con aire de eternidad, en las que nos ofrece segmentos de
vidas inolvidables para el lector. Nos llena los ojos con trabajadores de
tanatorio, dependientas tristes, exparejas a las que se ha olvidado de manera
imperfecta, pluriempleados que descubren con languidez la infidelidad de su
esposa, viajeros que perdieron a su familia en un accidente aéreo, mujeres de
nombre borgiano que convierten a los hombres en gatitos indefensos, drogadictas
que esperan con ansiedad una llamada de teléfono, profesores que han abandonado
su vida conyugal y comienzan a lamentarlo, superhéroes cansados o mujeres que
siempre se han sentido inferiores a su hermana.
Habilidosa y dueña de unos magníficos recursos verbales,
Patricia Esteban Erlés, creadora de charcos que “tartamudeaban nubes” (he
subrayado dos docenas de hallazgos literarios de ese esplendor), me ha
convencido plenamente. Repetiré.
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