Es cierto que nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar,
que es el morir (por usar la fórmula serenamente aterradora, aterradoramente
serena, que Jorge Manrique popularizó en el siglo XV); pero no es menos cierto
que, en su fluir, esos ríos van generando modificaciones en el paisaje por el
que transitan. De tal modo que el balance existencial no solamente incluye el
líquido que se mueve, como en un principio podría sospecharse, sino también los
derrubios estáticos que genera.
Tristam Vedder fue, en 1919, un periodista del New York Tribune que se acercó hasta el
Estado Libre de Fiume, un experimento prefascista ideado y dirigido por el
escritor Gabriele D’Annunzio, para entrevistar al famoso Vate. Esa experiencia
lo marcó de tres maneras distintas: la primera, en el campo profesional; la
segunda, en el ámbito ideológico (se le quedaron adheridos muchos tics e ideas
de raigambre totalitaria, de los que tuvo que irse desprendiendo luego de forma
traumática); la tercera, en el terreno sentimental (descubrió el amor profundo
al lado de Sarah, una mujer bella y enigmática que quizá también fue amante de
D’Annunzio). Tres décadas más tarde, Vedder vuelve a Italia, acompañado por su
esposa Cynthia, su hija Laura y su yerno Nathan, con un objetivo doloroso y tal
vez catártico: visitar el sitio donde fue abatido su hijo Ben, una de las
últimas e inútiles víctimas de la Segunda Guerra Mundial. En ese viaje laten
(en las dos acepciones del verbo: palpitar y ladrar) unas contradictorias
emociones, que zarandean a Tristam y que lastiman su ánimo: la pésima relación
con Cynthia (de la que está seguro que va a divorciarse), el desprecio que le
provoca el insulso Nathan (al que considera un paleto), los recuerdos
tumultuosos que provienen del ayer… Vedder se convierte desde el principio en
la piedra angular sobre la que Fernando Clemot construye Fiume, una novela densa, desgarrada, turbadora, que indaga en los
orígenes cenagosos del histrionismo fascista y que nos advierte sobre la facilidad
con la que puede sucumbirse a ese tipo de ideologías, en las cuales “el abismo
del todo era el único límite” (p.31) y que deja a los seres humanos “preparados
para el fanatismo” (p.52).
Dueño de una escritura sólida y convincente, el escritor
barcelonés consigue en esta obra unos retratos magistrales (los de D’Annunzio o
De Carolis impresionan de principio a fin), un dibujo agrio sobre las peores
sombras del ser humano y un fresco impagable sobre el auge y la pudrición
(nunca la muerte absoluta) de las ideas nacionalistas.
Para quitarse el sombrero.
2 comentarios:
Me ha intrigado esta novela gracias a tu reseña, Rubén. La historia me parece de lo más interesante. Leyéndote he aprendido algo que no sabía: me refiero a cuando dices "laten (en las dos acepciones del verbo: palpitar y ladrar)"; no tenía ni idea de la segunda acepción. O sea que quizás podría decirse 'los perros laten de noche', Curiosos, desde luego.
En fin, lo importante es este título, "Fiume", del que tomo la debida nota.
Muchas gracias, Rubén.
Buenos días
Sabes cómo despertar la curiosidad por un libro mejor que nadie, ni me hubiera fijado en él y ahora ha ido directo a la lista de los inaplazables 🙄🤗💋
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