sábado, 13 de junio de 2020

¿Cómo le corto el pelo, caballero?




Siempre he pensado que los artículos de prensa que publica un escritor ofrecen de él una visión distinta de la que pueden mostrarnos sus novelas, sus cuentos, sus obras de teatro o sus poemarios: algo así como su temperatura cordial. En una novela puede construirse un mundo que ofrezca una imagen distorsionada o engañosa del autor, que queda diluido entre la voz narrativa y los personajes; pero en el artículo (o, mejor aún, en la suma de artículos) no hay simulacro que se pueda sostener durante demasiado tiempo: son como el paño de la Verónica, que revela perfiles sin asomo de fingimiento.
Ahora que he terminado el volumen ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (publicado por Tusquets con curiosas ilustraciones de Raúl Arias) descubro algunos perfiles del extremeño Luis Landero que desconocía o cuyos detalles ignoraba: cómo se enroló durante sus años juveniles en troupes flamencas, en las que tocaba con buen pulso la guitarra; el baile que estuvo a punto de marcarse con una famosa actriz (si la timidez no lo hubiera moderado); su admiración por los libros de Onetti y otros escritores; la forma en que conoció (y la mentira que le echó) a Julio Cortázar en un aeropuerto; la imagen que retiene de las mugrientas academias del franquismo, donde el silencio y la mugre eran norma; el desprecio que siente por aquellas personas que se ofrecen como mediadores (y que en realidad son camaleones que de todo sacan provecho); sus recuerdos de infancia (que se desarrollaron en la misma raya entre Extremadura y Portugal)…
Con una prosa que fluye como las aguas de un río ancho y lento, Landero registra aquí la vida, las melancolías, los amores, las ternuras, los aromas perdidos o acaso recuperados, el don de la amistad, el esplendor de las palabras exactas. Y de vez en cuando deposita sobre las hojas algunas frases como éstas, que anoto aquí para tenerlas más a mano: “Todo instante vivido es perdurable si se pone fe en él”. “La más alta tarea que ha producido nunca la cultura: la contemplación”. “Quizá en esa frontera, en esa delgada línea donde la angustia y la esperanza se neutralizan entre sí para crear un territorio intermedio de buena melancolía, esté un poco la gracia de vivir”. “La única pasión que no debiéramos perder nunca: el asombro”. “No hay barbarie que en última instancia no se origine en el olvido”.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

"... prosa que fluye como las aguas de un río ancho y lento" ¿Cómo resistirse?

Besos.