Acabo de
experimentar una pequeña decepción lectora con un libro de César Fernández
García. Una decepción que no me esperaba. Y lo explico. A finales de 2009, leí
su novela juvenil No digas que estás solo,
que me pareció magnífica y que me animó, apenas cuatro meses más tarde, a
abordar Las sirenas del alma, que
igualmente aplaudí con entusiasmo. Poco después, me sumergí en El hijo del ladrón y me gustó tantísimo
que lo leí para mis hijos mayores.
Esta semana,
después de unos años de letargo, he recuperado de la estantería El e-mail del mal (Alfaguara), que
también se ha editado como El mensaje del
mal (Algar)… Y aquí ha venido el problema. Casi desde las primeras páginas
tuve la incómoda sensación de que el escritor madrileño ensartaba cliché tras
cliché, sin sorpresa alguna. Tampoco el lenguaje me producía la admiración que
sus obras anteriores habían despertado en mí. Y, lo peor de todo, hacia la
mitad del libro ya tenía claro quién era el personaje maquiavélico de la
novela, que actuaba en la sombra y movía los hilos (lo confirmé con fastidio en
las tres últimas páginas del volumen). Con esos ingredientes, avanzaba por los
capítulos como quien fatiga una playa rectilínea bajo el sol: sabiendo que cien
metros después solamente le espera más sol; y si avanza otros cien, más sol. De
hecho, en algunas secuencias los ojos se me iban de diálogo a diálogo, saltando
los párrafos descriptivos, pues tenía clarísimo que no eran más que relleno
(cuando mi sentido de la justicia me obligaba a volver algunas veces para
leerlos… confirmaba la sospecha).
Insisto
(y me da rabia hacerlo): un cliché detrás de otro. Ni siquiera el hecho de que
la obra esté concebida para un público juvenil la exonera de grisura o pereza.
Un libro escrito por el propio Satanás. Una secta que persigue hacerse con él.
Un becario que ha encontrado el texto y que se mueve entre el desconcierto y la
codicia. Una muerte inexplicable. Un joven periodista que debe cubrir la
noticia y que sufre con paciencia y resignación a su novia snob y desdeñosa... hasta
que aparece la chica guapa y dulce, que lo ayuda en la investigación y que le
hace comprender que es mejor opción que su casquivana pareja actual. Un malo
malísimo con acento extranjero y ademanes de película. Una casa tenebrosa llena
de pasadizos subterráneos. Una intervención policial in extremis… Toda la
novela parece construida con billetes de cinco euros, llenos de pliegues y
mugre añosa.
¿Volveré
a leer otro libro de César Fernández García? Estoy seguro de que sí. Un bache
no estropea una autovía. Ya veremos qué me depara la siguiente aventura.
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