En el
ejemplar que acabo de releer de Ojos de
perro azul, del colombiano Gabriel García Márquez, encuentro la siguiente
anotación con mi letra: “Leído en 1987”. Y luego un aparatoso signo de
interrogación escrito con rotulador rojo. Ignoro lo que quise decir con él,
pero tras acabar de nuevo el volumen creo que era una forma de consignar mi
perplejidad, porque el tomo me parece (en 2020) lo que quizá me pareció en
1987: un libro irregular, que se encuentra un par de peldaños por debajo del
nivel GGM.
Hay,
desde luego, relatos estupendos, como “La mujer que llegaba a las seis” (de
gran simplicidad argumental, pero impecable desarrollo literario), como “Nabo,
el negro que hizo esperar a los ángeles” (donde la ternura y lo maravilloso
unen sus dedos narrativos), como “Alguien desordena estas rosas” (páginas en
las que la muerte y la soledad provocan un silencio casi catedralicio en el
lector) o como el célebre “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. Pero,
también, me encuentro con relatos que no parecen ir a ningún sitio y donde he
tenido siempre la sensación de estar contemplando a un perro mientras se
enrosca para dormir: vueltas y vueltas hasta el bostezo final.
Y me ha
dado por pensar en los mil azares que rigen un amor literario: si hubiera leído
por primera vez a García Márquez en este libro, es dudoso que ahora fuera uno
de mis autores favoritos, porque no me habría abalanzado hacia otras obras
suyas. Por suerte, no ocurrió así.
1 comentario:
Lo recuerdo vagamente de los años estudiantiles, ni siquiera podría decirte si me gustó o no porque solo recuerdo bien el título.
No se si está amnesia es buena señal.
Besos
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