Gracias
una feliz y original iniciativa impulsada por la cafetería Ítaca, de Murcia, el
escritor José Daniel Espejo (Orihuela, 1975) pudo ver publicada su primera
obra, que llevaba por título Los placeres
de la meteorología. Se trataba de un poemario donde alborotaban muchas y
dispares influencias, tanto literarias (es el caso de Carver, sobre todo; pero
también de T. S. Eliot o Juan Bonilla), como musicales (desde Michael Nyman
hasta Mozart o Haydn).
En medio
de una pululación de cerveza y cigarrillos, amores rotos y melancolía que
apenas quiere susurrarnos su nombre, encontramos la voz de un yo perplejo o
descentrado que, a pesar de las dificultades que esta catarsis suele implicar
(“La primera persona se convierte en un problema”, p.25), nos comunica detalles
autobiográficos y más de un desconcierto (“No se entiende nada / y encima la
sensación de que debajo / hay algo que habría que saber”, p.28). En estas
líneas breves, ágiles y despiertas, hay un notable número de versos dedicados
al amor; un amor instalado entre el lirismo y la cotidianidad (como se observa
en el texto “The turning point”, p.34), pero también deshilachado y muerto
(“Otras frases oídas”, p.22). La tristeza se disfraza entonces con un léxico
abrupto, que apenas logra esconder la emoción del poeta (“Si la vida no fuera
tan jodidamente rara probablemente estarías aquí”, p.58) y lo conduce hacia una
fortaleza psíquica no sabemos si auténtica o falsaria (“Huele a gente que no
está pero no importa”, p.59).
Fue con
estas páginas con las que descubrí a José Daniel Espejo y desde aquel año 2000
no he dejado de leerlo con admiración.
1 comentario:
Curiosa obra, como mínimo. Traes unas cosas curiosísimas 😉💋
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