En la
página 204 de su Curso práctico de
invisibilidad, José María Cumbreño anota: “Esto se supone que iba a ser un
libro de poesía”. Y un poco después, casi llegando al final del tomo, completa:
“A estas alturas, ya me he resignado a que esto no sea un libro de poesía”.
Algunos lectores podrían sentirse tentados a darle la razón, porque el volumen
no respeta ningún tipo de métrica, ignora todos los embelecos de la rima,
introduce largos fragmentos en prosa y añade dibujos; pero, obviamente, el
poeta-fingidor está mintiendo. Estas más de doscientas páginas repletas de
ideas, confesiones autobiográficas, aforismos, sentimientos familiares,
intuiciones, zarpazos, melancolías, juegos de palabras, paradojas y escolios
suponen un espectacular chequeo del alma de Cumbreño, expresado con humor,
sobriedad, tristeza y algunas gotas de amargura. Y a eso, en mi tierra, se le
llama poesía.
En la Divina Comedia (sobre la cual se habla
también en este libro) aparecen aquellas escalofriantes palabras, de las que la
carroña nazi se apropió en sus inmundos campos de exterminio: “Abandone toda
esperanza quien entre aquí”. Si conmutamos la tercera palabra por “prejuicio”
dispondremos de un magnífico rótulo para orientar a los lectores de este
poemario. Porque José María Cumbreño se balancea sin red en el más alto
trapecio y nos pide que lo acompañemos en su viaje: nos hablará de su familia
actual (Chose, Irene, Manuel), pero también de sus parejas anteriores; y de su
trabajo lejanísimo del hogar; y del ruido que hacen los sueños de juventud
cuando se rompen; y del divorcio de sus padres; y de las alumnas que inventan
nuevos complementos, para mejorar la sintaxis; y de los mecanismos infalibles
para convertirse en un best-seller de la poesía actual; y de los propósitos de
año nuevo; y de cómo le gusta hablar en voz alta cuando viaja solo en el coche;
y del estupor del cosmonauta Serguéi Krikaliov; y de la melancolía de no haber
conseguido nunca el cromo que le faltaba (Arconada) en aquel viejo álbum de la
niñez.
Abro por
la página 13 (“Planchaba las sábanas porque quería quemar los sueños que habían
quedado enredados en ellas”), o por la página 30 (“Por separado, la velocidad y
la bala no saben en qué consiste la muerte”), o por la página 41 (“Subía los
peldaños de dos en dos. Es decir, llegaría arriba habiendo conocido sólo la
mitad de la escalera”). Es sólo una muestra. Porque este libro, dependiendo de
la hoja por la que lo abras, te entrega joyas diferentes, bellezas diferentes,
dolores diferentes: además de un poemario, es un tangram, un cubo de Rubik, un
puzle, un rompecabezas. Como la memoria. Como la vida misma.
En una de
sus páginas se alude irónicamente al Premio Nacional de Poesía. No sería
descabellado afirmar que este Curso
práctico de invisibilidad se lo merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario