Hecho 1:
estas Cartas a Felice, del checo
Franz Kafka, están traducidas por Pablo Sorozábal, ocupan más de ochocientas
páginas y han sido editadas por el sello Nórdica en un sólido volumen
encuadernado con tapa dura.
Hecho 2:
resulta imposible elaborar un resumen o reseña de todas las emociones,
positivas y negativas, tentaculares o concentradas, risibles o dramáticas, que
en el volumen laten. Es tarea condenada al fracaso.
En
síntesis (y debo advertir que la síntesis es inevitablemente pobre, porque se
edifica sobre la poda de matices), Franz se preocupa al principio de atraer a
Felice y, después, cuando ella acepta la relación y todo parece que se encamina
hacia el matrimonio, da la sensación de tragar saliva y comienza a poner
inconvenientes: se dibuja a sí mismo con tintas negativas, enumera sus
defectos, la atosiga con preguntas y exigencias de cartas, le recuerda su salud
precaria y sus numerosos ángulos temibles, le expone lo reducido de su sueldo…
Pero cuando aprecia que Felice se distancia o se enfría vuelve al acoso,
recordándole que es indispensable para él, que su vida carece de sentido sin
ella y que deben verse. Y cuando ella se pliega a ese encuentro, a Franz vuelve
a dominarlo el pánico y repite el ciclo. Al final, tras dos compromisos matrimoniales
fijados y después cancelados por el inestable Franz, sus caminos se separaron
para siempre.
Lo
ilustraré con citas de la obra, en lo que podríamos definir como resumen-viaje
por las emociones del libro.
Comienza
previniendo a Felice Bauer, con el disfraz del humor, contra sí mismo (“¡Qué
humores me dominan, señorita! Una lluvia de neurastenias cae
ininterrumpidamente sobre mí”, 15). Y de inmediato alude a su destino
literario, el único que parece preocuparle (“Mi vida, en el fondo, consiste y
ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados”, 36).
Después descarga su primer mazazo (“Yo no tendré nunca un hijo”, 54), aunque
más tarde intente conmoverla con una súplica tímida (“Necesito más afecto del
que merezco”, 56), que vuelve a girar hacia la prevención (“Estoy justo lo
suficientemente sano para mí, pero no para el matrimonio, y menos aún para
tener hijos”, 61).
Cuando
Felice ya ha dado muestras bastantes de mostrarse comprensiva con él y ha
tolerado más de una rareza y más de un exabrupto, Franz recurre a una imagen
tan nítida como infranqueable (“Tengo la sensación de estar ante una puerta
cerrada, detrás de la cual vives tú, y que jamás se abrirá”, 318); y trata de
frenar las ilusiones de convivencia de la muchacha (“A mi lado no podrías vivir
ni dos días seguidos”, 323-324). Franz no desdeña ni siquiera las hipérboles
más risibles o disparatadas para mitificarse negativamente (“Con el despliegue
de energías que necesito para mantenerme con vida y no perder el juicio hubiese
podido construir las pirámides”, 362). Obsesionado con la voluntad de desanimar
a Felice le explica que si se casaran él se encerraría a escribir en su cuarto
y no querría trato con familiares o amigos; que apenas aceptaría hablar con
ella más que unos minutos al día, si se encontrara de humor por el buen
resultado de su escritura; y que, por ejemplo, no estaría dispuesto a admitir
más dieta doméstica que la vegetariana (que ambos deberían respetar a
rajatabla). Y concluye: “Ojalá poseas el don de no decepcionarte” (444). Este
retrato íntimo llega a extremos patológicos cuando Franz le indica a Felice:
“Estoy tirado en el suelo a tus pies y te suplico que me eches a patadas”
(467). No obstante, se quejará amargamente cuando ella, intimidada por tantas
rarezas, inconvenientes y prevenciones, decida distanciarse de él. Entonces se
sentirá triste, abandonado, incomprendido y golpeado por un infortunio que no
se merece y que lo conduce de nuevo a la queja hiperbólica (“Mi infelicidad es
más grande que todas las montañas”, 686).
Ese
tobogán de emociones explosivas se repite una y otra vez, quizá porque, como le
escribió Max Brod a Franz, “tú eres dichoso en tu desdicha”.
Si has
leído alguna obra de Kafka (o más de una) y has quedado prendado de la
personalidad del escritor checo, aquí encontrarás un material riquísimo para
formarte una imagen más completa sobre él.
Imprescindible.
1 comentario:
La única manera de leer a Kafka es recordar el peor momento de tu vida, si tienes varios elige el que más te hunda en la miseria; regodéate en él, revuélcate en la lectura y entonces tendrás una experiencia Kafkiana, sea cual sea el resultado, la habrás vivido 🤪😅
Besitos 💋💋💋
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