jueves, 16 de agosto de 2018

Odas elementales




Yo no creo que Pablo Neruda sea el mejor poeta sudamericano, ni el mejor poeta del siglo XX, ni otras fórmulas que he leído sobre él. El error, me parece, consiste en considerarlo “poeta” en sentido tradicional. Neruda es, más bien, una fuerza de la naturaleza, algo imposible de medir con instrumentos convencionales, un ciclón, un maremoto, un seísmo, una tormenta tropical. Neruda tiene ojos de demiurgo, dedos de alfar, imágenes que le chisporrotean en la mente y, quizá, con el permiso de Borges, las mejores adjetivaciones del idioma.
Esto se advierte también en sus Odas elementales, un proyecto de sencillez formal mentirosa donde burbujea un lirismo impactante y donde el escritor, alejado de los temas e imágenes más frecuentes, nos habla de cebollas, caldillos de congrio, molinos, fogoneros, tomates asesinados, barro, frascas de vino, castañas o panaderías. Es decir, otorga entidad lírica a todo lo mirado, demostrando que la poesía surge del ángulo de la contemplación, y no de la existencia de presuntos “temas” poéticos.
A través de un catálogo alfabético deslumbrante, que se inicia con el aire y acaba con el vino, el chileno nos propone su lección de optimismo (“No sufras / porque ganaremos, / ganaremos nosotros, / los más sencillos, / ganaremos, / aunque tú no lo creas, / ganaremos”) y nos explica la condición vital de sus composiciones, extraídas de la contemplación de su entorno (“Mis poemas / no han comido poemas, / devoran / apasionados acontecimientos, / se nutren de intemperie, / extraen alimento / de la tierra y los hombres”). Además, desafía a la pobreza, negándose a que siga extendiendo sus garfios entre los seres humanos; desafía al mar, al que amenaza con arrebatarle los alimentos por la fuerza; o desafía a la tristeza, negándole el paso a su casa. Y, por supuesto, nos deja sus versos de amor, tan bellos como inmortales (“Mis ojos se han gastado en tu hermosura, / pero tú eres mis ojos”).
Al cerrar el volumen te sientes invadido por una ola que contiene gotas de vigor, optimismo, felicidad, pureza y hermosura; y sabes que Pablo Neruda te sigue embriagando, como te embriagó a los veinte años; te sigue gustando, como te gustó a los treinta años; te sigue convenciendo, como te convenció a los cuarenta años.

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