Dedico la siesta a leer sainetes del alicantino Carlos Arniches y la verdad es que la
doy por bien empleada. Lo leí con quince o dieciséis años, pero después ya no
lo había vuelto a visitar, quizá por ese prejuicio de asociarlo al “género
chico”. En realidad, Arniches era un grande del género chico, que es mucho
mejor que ser un mindundi en la gran literatura, como muchos lo son, creyéndose
geniales.
En “La
pareja científica” nos encontramos con dos guardias que charlan sobre la nueva
“ciencia” de la antropometría mientras conducen a prisión, en plena Navidad, a
un golfillo de pocos años. La moraleja que extraemos del texto es delicada,
porque el autor tiene la inteligencia de no convertirla en moralina: de hecho,
después de concluir que la mayor parte de la criminalidad procede de las
desigualdades económicas y sociales continúan su paseo hacia la cárcel.
En “El
premio de Nicanor” nos encontramos con el método infalible para hacerse rico
con la lotería, servido con humor y con algunas afirmaciones que hoy serían
criticadas con virulencia (“El señor Isidoro, que está entregado a las labores
impropias de su sexo, barre la habitación y le echa, de cuando en cuando, una
miradita al puchero”).
Y en “Los
ateos” se nos presenta una acción donde la descreencia religiosa se ve
enfrentada a los presuntos estertores de la muerte. La seriedad del tema queda
aliviada con amenazas risibles (“Al que se chufle cojo una botella y le hago
una alusión personal en las narices”) y con humoradas cucurbitáceas (“Tiés una
cabeza, mi amigo, que la incluyes en un puesto de melones y no desmerece”).
Un libro
tan agradable como simpático, que oxigena los ojos lectores.
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