Si se
consulta el diccionario se puede comprobar que un diván es un asiento alargado
para recostarse o tumbarse y que una gacela es un antílope que habita en zonas
de África y de Oriente próximo. Pero cuando tenemos entre las manos el delicado
volumen Diván del Tamarit, de
Federico García Lorca, los significados son otros. Descubrimos entonces,
acudiendo al mundo árabe, que un diván es una colección de poemas y que una
gacela es un texto lírico generalmente de temática amorosa. Porque ese es el
espíritu de este libro, que la editorial Cátedra acaba de poner en manos de los
lectores españoles, justo antes del verano: una colección de versos que la
universidad de Granada acogió como proyecto hacia 1934, con prólogo de Emilio
García Gómez, pero que no apareció (y lo hizo en Buenos Aires) hasta cuatro
años después del asesinato del poeta.
Las dos
partes que componen el texto (“Gacelas” y “Casidas”) nos muestran la elegante
maestría musical a la que había llegado el vate de Fuente Vaqueros, con
recuerdos de amor, raíces amargas, faisanes que vuelan por las torres, jazmines
mojados, ángeles que cantan, rosas que buscan misterios y muchachas doradas que
se bañan bajo la luz de la luna. Además de algunas líneas que, casuales o
proféticas, estremecen cuando son leídas ahora: “Quiero dormir un rato, / un
rato, un minuto, un siglo; / pero que todos sepan que no he muerto; / que hay
un establo de oro en mis labios” (Gacela
de la muerte oscura).
En un mundo tan acelerado
como éste en el que vivimos hay que aplaudir todas las reediciones que se
efectúen con los buenos libros y con los buenos autores, porque nos ayudan a
recordarlos o descubrirlos, sin permitir que el vértigo los hunda en la
amnesia. Gracias a Pepa Merlo y a la editorial Cátedra, este diván de Federico
García Lorca vuelve a brillar en los escaparates de las librerías.
1 comentario:
PINTA UNA CRUZ EN TU PUERTA
Subió a los cielos de la nada, Federico,
-ardiente madrugada de Granada-,
con fiebre de poesía, aleteo de abanico,
y un regusto de muerte en la mirada.
Qué silencio de tumba es tu ausencia
en la cruz pintada de tu puerta;
ya nadie reconoce tu presencia,
crece la pena en el verde de tu huerta.
La guitarra gimió como el caballo,
y el caballo relinchó como la hormiga
cuando de horror y pena cantó el gallo.
Tu muerte, Federico, tu enemiga,
en tu Granada, cuando amanecía,
quien te la dio, la Historia lo maldiga.
Con tu permiso, Rubén, mi homenaje a Federico. Gracias.
Publicar un comentario