Vuelvo a
Rafael Alberti para detenerme durante una hora en su libro La amante, que tiene toda la gracia juguetona del andalucismo bien
entendido. Hay aquí, como los había en Marinero
en tierra, marineros, nostalgia y musicalidad breve, pero el gaditano
amplía el abanico temático y visual hacia vírgenes, pedregales, carreteros,
caminos y nogueras. La línea continuista frente a su libro anterior es clara,
pero también es clara la impresión de que el poeta atesoraba energías y
talentos suficientes como para continuar su búsqueda lírica. En cierto modo, La amante me parece un “cuaderno
segundo” de poemas, que quedaron fuera de su anterior obra y que recopila y
publica antes de seguir trayecto hacia moldes distintos, que no tardaría en
explorar.
Además,
me ha permitido evocar mis días de infancia, porque dos o tres de estos
airecillos cortos figuraban en las antologías que leíamos en el colegio.
Los
huracanes (el Canto general de
Neruda, los Cantos de vida y esperanza
de Darío, Las flores del mal de
Baudelaire) revolucionan el universo poético, pero también las brisas lo hacen
en ocasiones. Ésta puede ser una de ellas.
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