lunes, 27 de febrero de 2017

Trabajan con las manos



Salvador Dalí bautizó uno de sus cuadros con el tautológico título de “La persistencia de la memoria”, aludiendo a la vocación de perennidad que siempre incorporan nuestros recuerdos más significativos. Porque, en efecto, los seres humanos somos memoria, colección de instantes salvados del naufragio, biblioteca emocional donde el ayer nunca muere pero donde experimenta constantes transformaciones.
Pascual García (Moratalla, 1962) vuelve al ámbito de la lírica en su última entrega literaria, Trabajan con las manos, y lo hace para continuar hablándonos de su infancia; del paisaje abrupto en el que creció durante sus primeros años; del hogar cercado por un frío que a duras penas era mantenido a raya “con un lento acorde de brasas viejas” en la chimenea; de una vida sencilla y laboriosa en la que el aceite, el pan, el vino, el agua o los guisos calientes de la madre constituían tesoros apurados con unción; de un espacio puro donde la corriente del río, el olor de las aliagas, la lentitud de la nieve o las manos callosas del padre quedaron adheridos para siempre al alma del poeta.
Los lectores encontrarán en estas páginas, como siempre ocurre en los libros de Pascual García, adjetivos inesperados (“piedras ofensivas”, “pinos incrédulos”, “agua delicada”, “la ceniza honda del corazón”), comparaciones sorprendentes (“pálidos como animales sin tiempo”, “sabios como un anochecer tranquilo”) y versos que sobrecogen (“la fiera lenta del tiempo acechando”). Todos estos elementos, y muchos más, se tejen entre sí para formar un volumen sin fisuras, en el que el poeta gira alrededor de sus temas predilectos: el paso del tiempo, la Arcadia perdida, los ritos iniciáticos, la majestad incontestable y muda de lo sencillo.

Pasan los años y las décadas; llegan las canas, y los achaques, y las arrugas; y mientras sobrevivimos a las erosiones inevitables, nos van quedando en las estanterías los versos, los relatos, las palabras purísimas de Pascual García. Es su legado, su ofrenda y su testimonio, que siempre viene ilustrado con las imágenes vigorosas, expresivas y exactas de Francisca Fe Montoya, complemento indispensable del escritor. Decir que nos encontramos ante su mejor libro de poemas sería inexacto, porque no hay ninguno en su trayectoria que se desvíe de la perfección. Pascual García se construyó como poeta a base de lecturas, miradas y vivencias; y cuando finalmente cogió el papel y el bolígrafo ya era lo que ahora conocemos y disfrutamos: un clásico vivo.

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