El fiscal Varga, ocupado en el proceso Reis, es
asesinado por sorpresa de un tiro en el corazón. Asombrado, el estamento
policial pone en manos del inspector Rogas la investigación del caso, para que
lo esclarezca y detenga al culpable. Pero antes de que pueda avanzar ni
siquiera un milímetro en su trabajo aparece muerto, también de un certero
disparo en el corazón, el juez Sanza. Y antes de que periodistas, policías o
políticos se recuperen de la imprecisión se suman a la macabra lista el juez
Azar, el juez Rasto y el juez Calamo. ¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Un
asesino en serie que se ha especializado en representantes de la judicatura?
¿Un perturbado que quiere desestabilizar al gobierno o provocar daños
irreparables en el sistema social?
El inspector Rogas (un hombre culto, que lee y
frecuente el arte de los museos) trabaja sobre la idea de una conexión política
o judicial entre los crímenes, pero sus superiores prefieren aferrarse a la
hipótesis de que la autoría de que estos asesinatos hay que adjudicársela a un
loco homicida, porque les resulta menos inquietante. Con el transcurso de los
días, la investigación se va complicando: de un lado, Rogas interroga a
sospechosos y va perfilando su retrato robot del presunto culpable; del otro,
nota cómo su proceder inquieta a las altas esferas, y mucho más desde que
afirma que quizá la vida del presidente del Tribunal Supremo se encuentre en
peligro.
La novela, que parte de esa ambientación temática
de espíritu policial, se convierte pronto en algo mucho más denso cuando
Leonardo Sciascia comienza a hablarnos de oscuros juegos de poder y manipulaciones
informativas, que irán adquiriendo al final de la obra una densidad casi
cenagosa.
El único disgusto que me ha deparado este volumen
es el conjunto de torpezas que la traductora, Carmen Artal Rodríguez, comete en
sus páginas. Por su culpa, los lectores tenemos que sufrir la abominación del
“en base a” (en las páginas 21 y 23), ciertos posesivos abominables (“detrás
suyo”, p.58; “delante mío”, p.169) y algunos usos preposicionales que dejan
bastante que desear (“Sentado en una mesa”, p.162). Lo demás, memorable.
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