Contar la vida de un muchacho marginal exige un
esfuerzo mayor del que, en un principio, pudiera pensarse. No basta con
presentar a un desarraigado que se pasa el tiempo soltando tacos sin tregua o
adoptando abruptas poses antisociales: hay que habitar dentro de la piel del
personaje y construirlo con solidez desde el punto de vista familiar,
sentimental, lingüístico y hasta psicológico. Ésa es la razón de que tantos,
reacios a desplegar esa agotadora energía literaria, fracasen en el intento. Y
es también la razón por la que Mario de los Santos (Zaragoza, 1977), con su
novela Perro mordedor, obtuvo
merecidamente el premio de narrativa joven Ciudad de Monzón.
Nos asomamos en sus páginas a la vida de un chico
con graves problemas domésticos (mantiene una mala relación con su padre, que
desenfunda la correa con más asiduidad de la aconsejable); que no desea seguir
estudios y que tampoco logra encajar en el difícil mundo del trabajo (el
desagradable capataz de la obra donde lo contratan se dedica a vejarlo continuamente);
que participa en pequeños trapicheos con la droga, ayudado por su amigo Tato; y
que consigue perros para un siniestro personaje llamado Fede, que controla el
submundo de la zona. Pero como hubiera dicho otro Mario (Benedetti), he aquí
que el amor, ese célebre informal, se aproxima al chico de la forma menos
esperable: cuando está acechando para obtener un perro de grandes dimensiones
descubre a su dueña, llamada Sara, que no pertenece a su órbita social; y sus
ojos se encienden. Poco a poco, con una exquisita gradación literaria, la
pasión y la complicidad surgirán entre ellos, en una historia de amor que, para
decirlo con palabras del leonés Andrés Trapiello, “duró mientras fue imposible”
(Clásicos de traje gris).
Pero el reino de la oscuridad es demasiado
absorbente y demasiado dañino. Ciertas complicaciones que involucran al
protagonista y a su amigo Tato van a ir llenando de sangre, palizas y dolor la
vida del joven: un negro provocador llamado Micky, una moto quemada, una
venganza tremebunda, una toxicómana argentina, tres muertes en el plazo de
pocas horas... irán llenando de amenidad y de escalofríos una narración
galopante, densa, donde los tentáculos del lado tenebroso se mueven con
incansable eficacia, en una serie de capítulos muy cortos (auténticas
secuencias-navajazo) que Mario de los Santos organiza con singular maestría y
con manifiesta solidez, y que atrapan al lector de manera fulminante.
Gran acierto el de Mira Editores al apostar por
esta obra, una pieza construida con aplomo y buen hacer literario.
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