Stella du Bois vive en un ambiente familiar más
bien chato, con su marido Stanley Kowalski (de procedencia polaca) y un bebé
que crece en su seno. Atrás quedaron los días en que su hábitat era otro,
cuando sus padres poseían la propiedad de Belle Rêve. Ahora, ha de convivir con
vecinos gritones, vulgaridad ramplona y amigotes de su marido, que vienen a
casa a jugar al póker y beber alcohol. No obstante, todo dará un vuelco cuando
llegue a casa su hermana Blanche, maestra de escuela que decide instalarse unas
semanas con ellos.
Desde el principio, la relación entre los dos
cuñados será tensa, porque Blanche no manifiesta la menor simpatía por la
persona que está “embruteciendo” a su adorada hermanita; y él no puede soportar
sus aires de gran señora y de estirada y remilgada damisela. Harto de sentirse
humillado en su propio hogar, Stanley decide investigar sobre el pasado de
Blanche y descubre cosas más oscuras de las que ella está dispuesta a admitir.
Cosas que, por supuesto, comparte con su amigo Mitch, que se ha comprometido
sentimentalmente con la mujer. Ni ella es tan joven como quiere aparentar, ni
su llegada a la casa de su hermana ha sido voluntaria: poderosas fuerzas la
impulsaron.
La atracción física que su cuñado le produce supone
además para Blanche un motivo de desasosiego, del que intenta mantenerse a
distancia (“Con un hombre como Stanley, se puede salir... una..., dos..., tres
veces cuando una tiene el diablo en el cuerpo. Pero... ¡Vivir con él! ¡Tener un
hijo con él!”), pero que alcanzará un punto extremo cuando él la coja del brazo
y la fuerce a entrar en el dormitorio. Quizá esa secuencia determine su
comportamiento posterior hasta el final de la obra, donde irá mostrándose cada
vez más errática y evasiva, hasta el instante en que venga el personal
sanitario a llevársela.
Tennessee Williams nos plantea en esta obra una
reflexión sobre las ilusiones que mantenemos en nuestro corazón, a pesar de que
la vida se obstine siempre en golpearnos y rebajar nuestras expectativas. No
hay fragancias parisinas en el cuello de Blanche, no hay millonarios
esperándola para invitarla a un crucero, no hay un trabajo que la espere a su
regreso, no hay esplendor familiar alguno (se ha perdido en el pozo del
tiempo).
Una triste reflexión sobre la condición humana y sobre
los clavos ardiendo a los que nos aferramos para sobrevivir.
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