Nuestro ayer no es un cofre de contenido homogéneo,
sino un mohoso baúl donde cohabitan dos compartimentos estancos: en uno de
ellos permanece, cobijado por una tela de seda o un plástico protector, el arco
iris de un paraíso que nunca existió, pero que nos empeñamos en recordar con
melancolía; en el otro, un espacio de sombra, cieno o pus que tapamos con
arpillera y que nos negamos a recordar, para que su podre no nos infame.
Fernando Pessoa, aquel genio que Portugal vio surgir y al que luego abandonó
con el oprobio de su desdén, afirmaba que el poeta siempre es un fingidor. Pero
el común de los seres humanos somos fingidores dobles: fingimos recordar un edén inexistente y fingimos olvidar
los horrores que salpican y abochornan nuestro pasado.
Los protagonistas de la última novela de Andrés
Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) juegan peligrosamente a subir y bajar en un
balancín inquietante: ¿es mejor enfrentarse a las ciénagas del ayer o
sepultarlas con las arenas del olvido? ¿Conocer los actos de nuestros padres o
abuelos nos ayudará a amarlos más o, por el contrario, arrojará una luz negra
sobre el afecto que sentimos por ellos?
Nicolás Gallardo es un inspector de policía que,
después de haber permanecido durante unos años en tierras alemanas, vuelve a la
comisaría de Sevilla donde trabajó durante su juventud. El ambiente que se
encuentra allí es hostil, porque algunos de sus antiguos compañeros le siguen
recriminando sus comportamientos pretéritos; pero cuenta al menos con el apoyo
incondicional de la comisaria, buena amiga de la adolescencia, quien pone en
sus manos una investigación para que vaya acomodándose en su nuevo puesto: la
muerte del exjuez y expolítico Leopoldo Barrena. Todo apunta a la idea del
suicidio, pero existe la posibilidad de que no se trate de un fallecimiento
voluntario. Nicolás entiende que se trata de un caso menor, con el que la
comisaria pretende engrasar sus bisagras y permitirle un aterrizaje tranquilo
en su nuevo entorno de trabajo, pero pronto comenzarán a surgir ramificaciones
que irán enrevesando el asunto: un empresario que se dedica al sector de las
cajas fuertes y que fallece en un accidente automovilístico, un hombre
desesperado que tiene en su poder unos enigmáticos papeles por los que pretende
conseguir cincuenta mil euros, fotos sobre las que el tiempo comienza a ponerse
amarillo sin que pierdan su condición bochornosa, un constructor con más
secretos de los que está dispuesto a admitir…
Dueño de una capacidad envidiable para construir
novelas seductoras, Andrés Pérez Domínguez nos propone desde las páginas de Los dioses cansados (Alianza Literaria)
una trama donde las pústulas del pasado burbujean entre la niebla y no permiten
descansar a ninguno de los protagonistas. Somos (lo dijo Quevedo) presentes
sucesiones de difuntos. Y a veces no encontramos al enterrador adecuado que nos
alivie de esa carga.
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