domingo, 10 de julio de 2016

La edad media



Aseguraba el filósofo José Ortega y Gasset que “yo soy yo y mi circunstancia”. Pero la frase, tan ingeniosa como atinada, no ayuda a comprender, con exactitud, qué es el yo. Quién es yo. Y ahí se encuentra una de las claves del desconcierto y de la zozobra. Saber quiénes somos resulta, en realidad, un propósito mucho más inabarcable, porque supone conocer, ante todo, quiénes fuimos y cómo las casualidades y las causalidades han operado sobre nosotros, para moldear nuestro destino. No somos lo que comemos, como opinan algunos gourmets pedantes; no somos lo que leemos, como afirman algunos eruditos desinformados; no somos lo que queremos ser, como pregonan ciertos coelhistas intoxicados. Quizá la fórmula más aproximada sea afirmar que somos lo que fuimos… más algunas adherencias cronológicas.
Leonardo Cano (Murcia, 1977) aborda, en su novela La edad media, una investigación cruda y rigurosa sobre un segmento social muy determinado: un grupo de compañeros del colegio El Bosco que, desde la época escolar, conforman sin saberlo un microcosmos de la España de su tiempo… y de la del nuestro, porque es en la actualidad donde desembocan esos ríos. Minorías étnicas aceptadas a regañadientes; hijos de director que han de luchar contra la agresividad de sus condiscípulos; nenes ricos que intuyen que todo se les debe y que todo les caerá como el maná bíblico, con prontitud y munificencia; niñas pijas que oscilan entre el esnobismo de marca y la apertura de piernas; herederos de clientelas de papá; o mediopensionistas que tendrán que dejarse los codos para construirse un nido aceptable en ese territorio hostil y lleno de ortigas al que llamamos futuro.
Para trazar su dibujo, el autor murciano recurre a tres instrumentos de precisión, que va manejando con elevada eficacia: el primero está representado por el ayer, que se nos retrata con pequeños párrafos introducidos siempre con la conjunción copulativa “y”, lo que dota a estas secuencias de un aire lírico y de una velocidad narrativa diferente; el segundo está representado por un palacio de justicia, en el que trabaja como interino uno de aquellos chavales del Bosco, M, que asiste a la estulticia burocrática de sus compañeros y al engolamiento insufrible de los jueces, a la vez que se enfanga en algunos desvíos irregulares de dinero para financiar sus propias actividades; y el tercero no transcurre ni en el pasado ni en el presente sino en el no-tiempo y el no-lugar del ciberespacio, en el que Ignacio y Julia desarrollan o malbaratan su relación sentimental entre frases bobas, distancia geográfica, proyectos utópicos, ambiciones divergentes y reticencias.
Con estos tres canales, Leonardo Cano va vertiendo sobre los ojos del lector un abrumador caudal de agua que se va ordenando solo y que cristaliza en un cosmos de impresionante fuerza narrativa, donde no faltan la melancolía, la frustración, la amargura o el disimulo; y donde descubrimos que las sonrisas suelen ser máscaras y que bajo el brillo late, más veces de las que quisiéramos admitir, el fango del fracaso.

La editorial Candaya, fiel a su idea valiente de la literatura, vuelve a arriesgar con un autor emergente que, con las páginas de La edad media, pone en nuestras manos un texto sólido, innovador, musculoso y lleno de una torrencial fuerza narrativa. Para descubrirlo dentro de unos años, mejor hacerlo ahora.

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