Aseguraba el
filósofo José Ortega y Gasset que “yo soy yo y mi circunstancia”. Pero la
frase, tan ingeniosa como atinada, no ayuda a comprender, con exactitud, qué es
el yo. Quién es yo. Y ahí se encuentra una de las claves del desconcierto y de
la zozobra. Saber quiénes somos resulta, en realidad, un propósito mucho más
inabarcable, porque supone conocer, ante todo, quiénes fuimos y cómo las
casualidades y las causalidades han operado sobre nosotros, para moldear
nuestro destino. No somos lo que comemos, como opinan algunos gourmets pedantes;
no somos lo que leemos, como afirman algunos eruditos desinformados; no somos
lo que queremos ser, como pregonan ciertos coelhistas intoxicados. Quizá la
fórmula más aproximada sea afirmar que somos lo que fuimos… más algunas
adherencias cronológicas.
Leonardo
Cano (Murcia, 1977) aborda, en su novela La
edad media, una investigación cruda y rigurosa sobre un segmento social muy
determinado: un grupo de compañeros del colegio El Bosco que, desde la época
escolar, conforman sin saberlo un microcosmos de la España de su tiempo… y de
la del nuestro, porque es en la actualidad donde desembocan esos ríos. Minorías
étnicas aceptadas a regañadientes; hijos de director que han de luchar contra
la agresividad de sus condiscípulos; nenes ricos que intuyen que todo se les
debe y que todo les caerá como el maná bíblico, con prontitud y munificencia;
niñas pijas que oscilan entre el esnobismo de marca y la apertura de piernas;
herederos de clientelas de papá; o mediopensionistas que tendrán que dejarse
los codos para construirse un nido aceptable en ese territorio hostil y lleno
de ortigas al que llamamos futuro.
Para trazar
su dibujo, el autor murciano recurre a tres instrumentos de precisión, que va
manejando con elevada eficacia: el primero está representado por el ayer, que
se nos retrata con pequeños párrafos introducidos siempre con la conjunción
copulativa “y”, lo que dota a estas secuencias de un aire lírico y de una
velocidad narrativa diferente; el segundo está representado por un palacio de
justicia, en el que trabaja como interino uno de aquellos chavales del Bosco,
M, que asiste a la estulticia burocrática de sus compañeros y al engolamiento
insufrible de los jueces, a la vez que se enfanga en algunos desvíos
irregulares de dinero para financiar sus propias actividades; y el tercero no
transcurre ni en el pasado ni en el presente sino en el no-tiempo y el no-lugar
del ciberespacio, en el que Ignacio y Julia desarrollan o malbaratan su
relación sentimental entre frases bobas, distancia geográfica, proyectos
utópicos, ambiciones divergentes y reticencias.
Con estos
tres canales, Leonardo Cano va vertiendo sobre los ojos del lector un abrumador
caudal de agua que se va ordenando solo y que cristaliza en un cosmos de
impresionante fuerza narrativa, donde no faltan la melancolía, la frustración,
la amargura o el disimulo; y donde descubrimos que las sonrisas suelen ser
máscaras y que bajo el brillo late, más veces de las que quisiéramos admitir,
el fango del fracaso.
La editorial
Candaya, fiel a su idea valiente de la literatura, vuelve a arriesgar con un
autor emergente que, con las páginas de La
edad media, pone en nuestras manos un texto sólido, innovador, musculoso y
lleno de una torrencial fuerza narrativa. Para descubrirlo dentro de unos años,
mejor hacerlo ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario