No sé
cuántos años tenía yo. Quizá ocho o nueve. Pusieron en televisión la serie de
Pinocho y, durante meses, no pude apartar de mi imaginación la melena azul de
Gina Lollobrigida. Qué cara más dulce y más bonita. Ahora, cuarenta años más
tarde, leo la obra original, de Carlo Collodi, y me reencuentro con aquellos
personajes que tanto me llamaron la atención (la versión de Walt Disney, mira
tú por dónde, jamás consiguió interesarme): el niño desobediente, que odia los
estudios y que no piensa más que en jugar y divertirse; las artimañas de la
zorra y el gato para robarle sus monedas de oro; las peripecias a las que tiene
que enfrentarse para superar su etapa de aprendizaje…
En el texto
de Carlo Collodi encuentro detalles que fueron edulcorados en su paso a la
televisión o los dibujos: se indica que Gepeto “tenía un genio de todos los
demonios”; que el muñeco Pinocho aplastó al grillo cuando éste se atrevió a
sermonearle; o que el monstruo que se tragó a padre e hijo al final de la obra
no era una ballena, sino un dragón gigantesco.
Pero lo más
importante es cómo ha cambiado de forma radical mi percepción sobre el mensaje
de la obra. Cuando la conocí siendo niño acepté sin demasiado problema que
Pinocho era un desobediente y que merecía ser reprendido, por su aversión a los
estudios y su afán de dedicarse todo el tiempo a jugar. Ahora, lo veo de otra
forma. Pinocho actúa como un niño, como un niño auténtico, y no como un “adulto
en miniatura”, que es lo que siempre pretendemos con ellos los mayores. ¿Que no
quiere ir a la escuela? Lógico. ¿Que elige irse al País de los Juguetes, en
lugar de dirigirse disciplinadamente al aula nada más salir el sol? Tócate las
narices, pues claro. Tiene que actuar de esa manera. Es lo natural. Nos
encontramos ante un niño, y eso es lo que sienten los niños. Cuando lo veo
repetir una y otra vez frases de autoflagelación (“Siempre estoy prometiendo corregirme, y nunca lo
hago”) me doy cuenta de que son afirmaciones que apestan a moralina y a mundo
adulto, frases de niño con corbata y pelo peinado con raya en medio. Un
asquito, vaya.
Digamos, pues, que me gustan los hechos de Pinocho; pero que me repatean
un poquito sus juicios, pegajosos y
rancios.
Ha sido refrescante retornar a las aventuras del
muñeco de manera de Collodi. Y al cabello azul de Gina Lollobrigida, claro
está.
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