martes, 26 de julio de 2016

Un crucero de verano por las Antillas



No creo que se pueda definir a Lafcadio Hearn (nacido en Grecia en 1850 y muerto en Japón en 1904) como un escritor demasiado conocido, pero sí como un estilista de interesantes condiciones. Hay en sus páginas una música especial, una delicada textura que las vuelve deliciosamente magnéticas. Y esta condición, que no es fácil descubrir porque pocas editoriales españolas se han animado a publicar traducciones de sus libros, vuelve ante nosotros gracias a Un crucero de verano por las Antillas, que Regina López Muñoz vierte a nuestro idioma para la editorial Errata naturae.
Lafcadio se sube a un buque que parte de la costa norteamericana y que se dirige hacia el sur, recibiendo en su casco “el discurso atropellado de las olas” (cap.IV) y permitiéndole conocer la explosión de colores que el Trópico atesora y regala a sus visitantes. Porque en sus primeros días la crónica de este viaje se centra sobre todo en los aspectos cromáticos, fruto del deslumbramiento que el periodista, profesor y traductor experimenta ante los nuevos horizontes. Los rojos, los verdes, los amarillos y sobre todo los azules (cincuenta veces se menciona este color en las primeras veinte páginas del tomo) asaltan sus ojos y lo embriagan, hasta el punto de llevarlo a decretar: “No tienen cabida aquí los tonos fantasmales, únicamente hay colores luminosos y vivos como el fuego” (p.53).
En los sucesivos desembarcos que vaya realizando en Trinidad, San Vicente y otras islas de la zona, Lafcadio Hearn anotará curiosas observaciones sobre la condición atlética y fibrosa de sus habitantes, sobre la belleza diminuta y coqueta de sus cementerios o sobre la presencia de víboras venenosas, cuyas víctimas se ven sometidas a una putrefacción corporal que describe casi con morbo en el capítulo XVIII. También lo sorprenden durante sus paseos algunos espectáculos antropológicos, que registra con una objetividad no exenta de estupor: “Una multitud de mujeres negras con las piernas desnudas desfila ante nosotros, todas ellas cargando fardos o canastos en la cabeza y fumando cigarros muy largos” (cap.VIII).
Quizá la escena más llamativa del volumen aparezca en la página 42, en la que Lafcadio describe cómo los pasajeros del barco arrojan monedas para que los chicos nativos de Martinica se sumerjan y las busquen, como perritos bien adiestrados. Alejado de todo bochorno y de toda vergüenza por esa actitud prepotente o mezquina de sus colegas occidentales, el viajero se limita a anotar que los chicos son “decididamente guapos”.

Un tomo en el que podemos descubrir la belleza formal de la prosa de Lafcadio Hearn, al mismo tiempo que nos adentramos en paisajes que todavía se mantenían alejados de la vorágine turística que hoy los acecha y pervierte. Dos meses de navegación, cinco mil kilómetros recorridos, unos ojos llenos de curiosidad y un buen escritor que lo vierte todo en 132 páginas deliciosas. Tan refrescante como llamativo.

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