No creo que
se pueda definir a Lafcadio Hearn (nacido en Grecia en 1850 y muerto en Japón
en 1904) como un escritor demasiado conocido, pero sí como un estilista de
interesantes condiciones. Hay en sus páginas una música especial, una delicada
textura que las vuelve deliciosamente magnéticas. Y esta condición, que no es
fácil descubrir porque pocas editoriales españolas se han animado a publicar
traducciones de sus libros, vuelve ante nosotros gracias a Un crucero de verano por las Antillas, que Regina López Muñoz
vierte a nuestro idioma para la editorial Errata naturae.
Lafcadio se
sube a un buque que parte de la costa norteamericana y que se dirige hacia el
sur, recibiendo en su casco “el discurso atropellado de las olas” (cap.IV) y
permitiéndole conocer la explosión de colores que el Trópico atesora y regala a
sus visitantes. Porque en sus primeros días la crónica de este viaje se centra sobre
todo en los aspectos cromáticos, fruto del deslumbramiento que el periodista,
profesor y traductor experimenta ante los nuevos horizontes. Los rojos, los
verdes, los amarillos y sobre todo los azules (cincuenta veces se menciona este
color en las primeras veinte páginas del tomo) asaltan sus ojos y lo embriagan,
hasta el punto de llevarlo a decretar: “No tienen cabida aquí los tonos
fantasmales, únicamente hay colores luminosos y vivos como el fuego” (p.53).
En los
sucesivos desembarcos que vaya realizando en Trinidad, San Vicente y otras
islas de la zona, Lafcadio Hearn anotará curiosas observaciones sobre la
condición atlética y fibrosa de sus habitantes, sobre la belleza diminuta y
coqueta de sus cementerios o sobre la presencia de víboras venenosas, cuyas
víctimas se ven sometidas a una putrefacción corporal que describe casi con
morbo en el capítulo XVIII. También lo sorprenden durante sus paseos algunos espectáculos
antropológicos, que registra con una objetividad no exenta de estupor: “Una
multitud de mujeres negras con las piernas desnudas desfila ante nosotros,
todas ellas cargando fardos o canastos en la cabeza y fumando cigarros muy
largos” (cap.VIII).
Quizá la
escena más llamativa del volumen aparezca en la página 42, en la que Lafcadio
describe cómo los pasajeros del barco arrojan monedas para que los chicos
nativos de Martinica se sumerjan y las busquen, como perritos bien adiestrados.
Alejado de todo bochorno y de toda vergüenza por esa actitud prepotente o
mezquina de sus colegas occidentales, el viajero se limita a anotar que los
chicos son “decididamente guapos”.
Un tomo en
el que podemos descubrir la belleza formal de la prosa de Lafcadio Hearn, al
mismo tiempo que nos adentramos en paisajes que todavía se mantenían alejados
de la vorágine turística que hoy los acecha y pervierte. Dos meses de
navegación, cinco mil kilómetros recorridos, unos ojos llenos de curiosidad y
un buen escritor que lo vierte todo en 132 páginas deliciosas. Tan refrescante
como llamativo.
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