Conocía el
nombre de Gao Xingjian desde que en el año 2000 le dieron el Nobel de
Literatura, pero solamente dieciséis años después, de forma casual, cae en mis
manos uno de sus libros y me apresto a leerlo. No es preciso justificar esta
situación porque más de una vez la he comentado en este blog o en otros lugares:
no suelo buscar los libros ni a los autores, por más premios o denuestos que
reciban. Es la vida o el azar (si esos sustantivos no son sinónimos) quien lo
pone ante mis ojos.
He leído Una caña de pescar para el abuelo, que
traduce Laureano Ramírez para Ediciones del Bronce, y el juicio que me merece
ha sido positivo. O para ser más precisos: es positiva mi lectura de “El templo
de la Bondad Perfecta ”
(una historia de recién casados que visitan un antiguo templo que amenaza con
caerse a pedazos), “El accidente” (donde se nos disecciona el atropello de un
ciclista por parte de un autobús), “El calambre” (los apuros de un nadador que
se adentra en el mar y sufre un espasmo abdominal que está a punto de hacerlo
ahogarse) y los demás relatos del volumen.
Donde no me
puedo acoger al adjetivo “positiva” es en la lectura del relato que da nombre
al volumen, porque entiendo que trasciende esa nomenclatura y se instala más
allá, en el terreno de la pura excelencia. He sentido en sus páginas (y he
sentido con intensidad, con melancolía, con ternura, con dolor, con pena, con
saliva tragada) cada una de las emociones de ese hombre que recuerda a su
abuelo y desea regalarle una caña de pescar, en recuerdo de aquella caña pobre
de bambú que le rompió por accidente siendo un niño. Me ha maravillado la forma
en que Xingjian avanza y retrocede en el tiempo, mezcla instantes del presente
(el partido de fútbol que resolvió el mundial entre Argentina y Alemania) con
fogonazos del pasado, y va transmitiéndonos con esa danza unas intensas
emociones donde la nostalgia, el amor y el paso del tiempo se mezclan con
sabiduría. Uno de los mejores relatos que he leído. Literalmente.
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