Tras cerrar
las páginas de esta pieza de Enrique Jardiel me asaltan dos convicciones: la
primera, que es una comedia agradable, con frases ingeniosas y con un final
melancólico al que la pluma del autor nos conduce con elegancia; la segunda,
que no es una de sus grandes obras. Parece que ambos juicios entran en
contradicción y se pelean entre sí, pero no estoy muy seguro de que así suceda.
Una obra mediana de Lope de Vega es mejor que una obra notable de Agustín
Moreto; una novela discreta de Miguel Delibes es superior a una obra capital de
Zunzunegui. Es cuestión de magia, de talento, de chispa.
Enrique
Jardiel Poncela disponía de esa magia, de ese talento, de esa chispa, que en Las cinco advertencias de Satanás se
desarrollan en tonos menores, sin elevarse a cumbres inmarcesibles.
Con todo, la
historia tiene sus puntos de seducción y su atractivo argumental: un millonario
(Félix) disfruta de una sucesión de mujeres a quienes va cada tiempo desechando
y “colocando” en las manos de su amigo Ramón, quien las “atiende” por una
cierta cantidad de dinero. Absortos en esa dinámica cínica y más bien misógina,
terminan por recibir la visita del Diablo, quien esclafa ante ellos una serie
de advertencias, donde les anticipa hechos que ocurrirán en el futuro y que no podrán
remediar: la aparición de una chica preciosa que logrará enamorar a Félix, la
posterior decisión de éste de entregársela a Ramón (pese a que la amará
profundamente)… Al principio, ambos creerán que será sencillo soslayar esas
advertencias, aunque el tiempo acabará de convencerles de que el Demonio tiene
más poder del que ellos imaginan.
Enrique
Jardiel Poncela, brillante siempre, captura nuestra atención y salpica sus
escenas con frases llenas de ingenio y gracia.
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