El caso de Antón Chéjov no
solamente es uno de los más sorprendentes de la historia de la literatura por
su brillantez, sino asimismo por su precocidad: jovencísimo aún (se encontraba
entre los veinticinco y los veintiséis años cuando redactó las páginas que hoy
comento), ya mostraba una densidad estilística y una finura psicológica que lo
aupaban hasta el rango mesetario de “maestro”. Pero es que, además, no llevaba
a cabo este despliegue en media docena de composiciones, sino que lo hacía en
casi doscientas producciones, una cantidad abrumadora que lleva a Paul Viejo a
escribir que el narrador ruso “es capaz de arramplar con la mitad del papel de
una imprenta” (p.XV de la
Introducción ).
Seguimos encontrándonos en este magma
efervescente de imaginación con personajes de toda laya (maridos gorrones que
viven del éxito o el dinero de sus esposas; guardabosques con hijas hermosísimas; cómicos avariciosos que son
capaces de pelearse e incluso matarse entre sí por la posesión de una cartera
que han encontrado en el suelo; pacientes habilidosos, que piropean a una
curandera homeópata con las presuntas virtudes de sus tratamientos para obtener
de ella todo lo que quieren; farmacéuticos miserables, que se niegan a expender
un medicamento a un hombre, porque le faltan unas tristes monedas para
completar su precio) y con un elevado número de relatos donde ondean el
patetismo, la amargura, la pobreza, la mezquindad o el autobiografismo
desgarrado (ese médico que, tratando a enfermos de tifus en “El espejo”, se
contagia de la enfermedad, como el propio Antón Chéjov había contraído de sus
pacientes la tuberculosis que lo llevaría a la tumba)…
Pero de este segundo
volumen maravilloso que presenta Páginas de Espuma no pueden ser olvidadas
aquellas historias en las que domina el humor: el hombre más torpe del mundo a
la hora informar a un marido del fallecimiento de su esposa (“Diplomacia”); un
expeditivo método para conseguir que una visita impertinente comprenda que ha
llegado la hora de irse y dejar dormir al anfitrión (“El huésped”); el
propietario que no logra contratar a ningún administrador para sus posesiones,
porque todos se le antojan demasiado honrados y no cree en ese tipo de personas
(“Muralla infranqueable”); los cómicos apuros de un revisor de tren, que se va
abucheado y casi agredido por los usuarios de un vagón cuando pretende pedirle
el billete a un viajero somnoliento y descarado (“¡Qué público!”); la fatiga
muscular y etílica que acomete a los pobres funcionarios que, a primeros de
enero, tienen que cumplimentar a todos sus benefactores (“Mártires de Año
Nuevo”) o el alivio que experimenta un hombre rico de 52 años que acaba de
descubrir en sí mismo un cierto talento para el dibujo y que expresa su
alborozo por no haber percibido esta habilidad en su juventud, puesto que le
habría llevado a la más absoluta pobreza (“Un descubrimiento”). Personalmente,
me conmueve con idéntico vigor a como lo hizo en mi juventud el relato
“Tristeza”, la conmovedora historia de un cochero cuyo hijo ha muerto esa
semana y que no teniendo a nadie que le escuche su pena acaba contándosela a su
caballo...
Este segundo volumen se erige, pues, en otra joya para nuestras
bibliotecas, que no deberíamos dejar pasar de largo.
1 comentario:
Me agrada, me emociona, su amor por Chejov, autor que descubrí en mi ya lejana adolescencia
con un libro significativo: El duelo; novela breve pero tocada por la intensidad de sus
personajes inolvidables; luego arribé a sus cuentos...y ahí me estacioné para siempre...
"Tristeza", "Vanka" "La dama y el perrito"... Chejov es un agudo conocedor de lo que somos,
no somos, quisimos ser, nunca seremos.
Le agradezco su Librario íntimo, da para muchos días de verdadera literatura esa "orgía
perpetua" según Flaubert.
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