No resulta infrecuente que la Historia de la Literatura , a fuerza de
adherir etiquetas y asperjar famas, aboque a un elevado número de lectores a la
inmersión en equívocos. Aseguraba Ernest Hemingway, con frase paradójica, que
todo el que generaliza procede injustamente. Y casi idéntico juicio podría
formularse sobre quienes reducen el valor literario de un autor a la
inmisericordia errónea de un cliché.
Émile Zola, en gran parte de manuales de consulta,
es presentado tan sólo como el padre o la cabeza visible del Naturalismo. Y ya
está. Es decir, un novelista que destacó por su retrato fidedigno y crudo de
las capas más desfavorecidas de la sociedad y por su aproximación a temáticas
incómodas, como la enfermedad, el alcohol o el sexo mercenario. Pero también
fue (y esta faceta suele quedar sumergida en las nieblas del olvido) un
excelente autor de relatos, lo que resulta evidente después de leer volúmenes
como Por una noche de amor (y otras
historias), que publica la editorial Funambulista gracias a la traducción
de Gonzalo Gómez Montoro y Rubén Pujante Corbalán, quienes además elaboran un
luminoso postfacio donde analizan estos cuatro textos del autor francés.
“Naïs Micoulin” nos presenta a una aldeana que,
años después de ser compañera de juegos del señorito Frédéric Rostand, se
convierte en su amante secreta; “La señora Neigeon” está protagonizada por la
seductora esposa de un político, a quien corteja el joven Georges Vaugelade,
que ha escuchado rumores libidinosos sobre la condición casquivana de las
parisinas y desea probar suerte con esta dama; “Por una noche de amor” nos
permite conocer a la gélida Thérèse de Marsanne, una mujer capaz de utilizar
sus artes de seducción para que su tímido enamorado Lucien se convierta en
cómplice de un crimen; y “La señora Sourdis” pone ante nuestros ojos a un
matrimonio de artistas, muy desnivelado estéticamente (en todos los sentidos),
que experimentará una gradual e impresionante transformación.
Por encima de todo, y al margen de las deliciosas
tramas que Zola urde en este póker de narraciones, la sensación primordial que
invade a los lectores es el asombro literario. Es tal la brillantez de su
prosa, tan delicada su pintura de paisajes y caracteres, tan notable su uso del
cromatismo, tan espléndida y fina su penetración psicológica, que de inmediato
se siente la tentación de replantearse las consignas que nos quisieron inculcar
sobre él. Afirmó Miguel de Unamuno que quien piensa por sí mismo es
progresista, y que quien repite ideas ajenas es siempre reaccionario. Quizá
cada lector esté llamado a escribir, autónomo e insobornable, su propia
Historia de la Literatura.
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