lunes, 6 de junio de 2016

Por una noche de amor



No resulta infrecuente que la Historia de la Literatura, a fuerza de adherir etiquetas y asperjar famas, aboque a un elevado número de lectores a la inmersión en equívocos. Aseguraba Ernest Hemingway, con frase paradójica, que todo el que generaliza procede injustamente. Y casi idéntico juicio podría formularse sobre quienes reducen el valor literario de un autor a la inmisericordia errónea de un cliché.
Émile Zola, en gran parte de manuales de consulta, es presentado tan sólo como el padre o la cabeza visible del Naturalismo. Y ya está. Es decir, un novelista que destacó por su retrato fidedigno y crudo de las capas más desfavorecidas de la sociedad y por su aproximación a temáticas incómodas, como la enfermedad, el alcohol o el sexo mercenario. Pero también fue (y esta faceta suele quedar sumergida en las nieblas del olvido) un excelente autor de relatos, lo que resulta evidente después de leer volúmenes como Por una noche de amor (y otras historias), que publica la editorial Funambulista gracias a la traducción de Gonzalo Gómez Montoro y Rubén Pujante Corbalán, quienes además elaboran un luminoso postfacio donde analizan estos cuatro textos del autor francés.
“Naïs Micoulin” nos presenta a una aldeana que, años después de ser compañera de juegos del señorito Frédéric Rostand, se convierte en su amante secreta; “La señora Neigeon” está protagonizada por la seductora esposa de un político, a quien corteja el joven Georges Vaugelade, que ha escuchado rumores libidinosos sobre la condición casquivana de las parisinas y desea probar suerte con esta dama; “Por una noche de amor” nos permite conocer a la gélida Thérèse de Marsanne, una mujer capaz de utilizar sus artes de seducción para que su tímido enamorado Lucien se convierta en cómplice de un crimen; y “La señora Sourdis” pone ante nuestros ojos a un matrimonio de artistas, muy desnivelado estéticamente (en todos los sentidos), que experimentará una gradual e impresionante transformación.

Por encima de todo, y al margen de las deliciosas tramas que Zola urde en este póker de narraciones, la sensación primordial que invade a los lectores es el asombro literario. Es tal la brillantez de su prosa, tan delicada su pintura de paisajes y caracteres, tan notable su uso del cromatismo, tan espléndida y fina su penetración psicológica, que de inmediato se siente la tentación de replantearse las consignas que nos quisieron inculcar sobre él. Afirmó Miguel de Unamuno que quien piensa por sí mismo es progresista, y que quien repite ideas ajenas es siempre reaccionario. Quizá cada lector esté llamado a escribir, autónomo e insobornable, su propia Historia de la Literatura.

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