Yo
tenía veintidós años y estaba, válgame Dios, enamorado, así que descubrir en la
librería aquel ejemplar de La voz a ti debida y comprarlo fue todo uno.
Había leído algún fragmento suelto, quizá en alguna antología que no atino a
identificar (“no consigo acordarme”, para decirlo con fórmula cervantina), aunque
me faltaba completar un recorrido por el volumen completo, el cual me retó (no
era fácil para mí entender todos los matices de la obra), pero me embriagó y lo
subrayé profusamente. Quién sabe dónde andará aquel viejo tomo de Castalia.
Ahora vuelvo a comprarme un ejemplar (esta vez, en Cátedra), con el objetivo
doble volver a Pedro Salinas y de comprobar si aquella antigua embriaguez se
debía a mi estado emocional o a la pura belleza de sus versos.
“Tú
vives siempre en tus actos”. Así comienza esta maravilla. “A esta corporeidad
mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito”. Así termina. Y, en medio,
la imborrable impronta de un poeta intenso, inteligente, brillante… y
enamorado. Un poeta que nos traza un recorrido por la siempre anhelada colina
del amor (la pendiente de subida, el esplendor de la cúspide, la languidez de
la bajada, la amargura que asola cuando la abandonamos) y que nos regala versos
increíbles, cuya belleza combina la música y la matemática. Un amor que llegó
como llegan la mayoría y que sigue los pasos universales: distinguiendo a la
criatura elegida entre el resto de los seres y dotándola de preciosa
singularidad (“Por detrás de las gentes te busco”); dejándose invadir por la
convicción de haber encontrado a la persona perfecta, con una rapidez y un
fervor que no admiten dudas (“Yo no necesito tiempo / para saber cómo eres: /
conocerse es el relámpago”); creyendo que la mera existencia del otro ser nos
justifica y llena de luz (“Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido”); juzgando
a la persona amada el aleph del mundo (“De ti salgo siempre, siempre / tengo
que volver a ti”); indagando en ella, como quien busca el más inmenso de los
tesoros (“Perdóname por ir así buscándote / tan torpemente, dentro / de ti. /
Perdóname el dolor, alguna vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú”); o,
en fin, aceptando sin fisuras que ese amor que nos han tributado nos convierte
en personas especiales (“Cuando tú me elegiste / (el amor eligió) / salí del
gran anónimo / de todos, de la nada”).
Un volumen, para mí, imprescindible en la poesía española del siglo XX. Creo que no me moriré sin leerlo una vez más.